domingo, 20 de enero de 2013

2. COMPAÑÍA.


Me siento vigilada por la incesante cantidad de miradas clavadas en mi nuca. Físicamente no se encuentran en el mismo espacio, pero noto cómo me miran. Giro la cabeza en dirección a la puerta para mirar retante a la fotografía que cuelga sobre ella. Quizás no sea la única, pero es la que mayor impresión me transmite. Un total de 16 pares de ojos me inspeccionan de forma tenebrosa. Calculo que tendrá unos veinte años, por la pérdida de color. Contemplo el resto de fotografías conjuntas que decoran el despacho del decano Davies. Cada foto es diferente, pero todas tienen algo en común. Una amplia sonrisa falsa dibujada en cada uno de los rostros de los antiguos residentes. Sino fuera por la cantidad de fotografías, la sala no desprendería esa sensación de poderío. Sería un lugar afable y cálido, por el color rojo de las paredes y el oscuro suelo de madera. Por no hablar de la chimenea pintoresca que le da un punto acogedor al pequeño despacho. Me encuentro sentada en uno de los dos sillones de cuero marrón de enfrente del escritorio del decano. Desde que la secretaria, Doris, me ha indicado que espere aquí dentro hasta que el susodicho regresara de una reunión, mis piernas no han cesado de temblar.
Davies- Siento la espera, el dirigente no me dejaba escapar.
Escucho la voz carraspeante del decano proveniente de la puerta del despacho. Automáticamente me pongo en pie para recibirle, pero me indica que tome asiento. El señor Davies es un hombre de mediana edad que aparenta ser más joven de lo que es. Su pelo bañado del color de la plata no transmite ninguna sensación de vejez, sino de experiencia. Desde el momento en que le vi reconocí en su rostro un ápice de poder, como si hubiera logrado todo lo que quería. Es una sensación extraña.
Decano- Buenos días, señorita Holoway, hacía tiempo que no la veía, ahora nos encontraremos mucho.
De mis labios entreabiertos dejo salir una suave risa de complicidad, intento ser amiga del decano, como siempre he hecho con todos mis profesores. Toda mi vida me han tachado de pelota, pero quería tener asegurado mi puesto de alumna favorita. Ya que no le caía bien a los alumnos, intenté trabar amistad con el profesorado. Ahora más bien, lo que quiero es que me comunique cuál será mi compañera de habitación durante todo el curso. Ese ha sido mi mayor miedo durante este verano, a saber qué elemento me espera para convivir. Nunca he tenido buena suerte, aunque tampoco he creído en ella.
Samantha- Eso parece ser. Doris me ha dicho que ya podría instalarme en mi cuarto.
Decano- Y no se equivoca, pero antes quería mantener una conversación con usted, si no le importa.
Samantha- Claro que no, adelante.
Me pregunto si seré la única residente a la que habrá citado. Normalmente los decanos esperan en la puerta de entrada para recibir a los nuevos alumnos. ¿Qué tengo yo de especial? Espero que no se trate de nada malo, una mancha en mi expediente sería lo último que me faltaría. Quizás es para hablar sobre mi nueva compañera, quizás tras todas mis súplicas me deje examinar sus biografías hasta dar con la indicada. La idea me hace sonreír, pero tras escuchar las palabras del decano, veo que no tiene nada que ver.
Decano- No nos gustaría tener problemas por su relación con el señor Liam Payne. Ya nos han alertado sobre la 'bienvenida' que los periodistas le han dado. Lo primordial es que usted pueda llevar una vida normal con sus estudios, solamente le pido que lleve cuidado. Su reputación y la nuestra están en juego.
Con que el decano Davies oculta una faceta de perfeccionista, como yo. No se preocupa principalmente en mí, como dice, sino más bien se preocupa de la imagen de la residencia. Intento aguantarme la risa, porque la situación me resulta cómica. Llevo dos meses conviviendo con lo de ser conocida, en ningún momento he dejado de ser como soy, es decir, invisible. No salgo de fiesta, ni siquiera salgo mucho de mi casa. El decano no me conoce en absoluto, tiene en mente la pura imagen adolescente. Por eso odio los estereotipos.
Samantha- No se preocupe, será como si no existiera.
Digamos que es como mi pequeño chiste privado. Lo de no existir ha formado parte de mí prácticamente desde que nací. Desde que tengo uso de razón he sido apartada de la sociedad sin razón alguna. Mi timidez y mi diferencia de gustos respecto a los demás niños, me expulsaron de lo que todo niño debería vivir. Realmente, mi vida no comenzó hasta que cumplí los cuatro años. Esa etapa de mi vida en la que alguien encendió mi mundo. Ese es Liam. Me apoyó hasta el día de hoy, y solamente hay que vernos.
El decano me pide que me ponga en pie, y con una sonrisa asemejada a la de los anuncios de pasta de dientes, blanca como la nieve, me invita a conocer mi nuevo cuarto. La presión de tener que compartir espacio vital con una persona completamente desconocida, no me atrae de ninguna de las maneras. Me conduce hasta recepción, donde una amplia y larga escalera de caracol, sube hasta las habitaciones. La planta baja es un lugar precioso. Unas paredes de un tono azul levemete oscuro decora las paredes, y el suelo de mármol moteado, le da un toque lujoso. En cuanto cruzas la puerta principal, a la derecha se sitúa la mesa de Doris, y enfrente de la entrada, el despacho del decano. Tras pasar por un amplio y corto pasillo, a la izquierda se encuentra el comedor común, a la derecha los aseos comunes, y en el centro, cómo no, la sala común, en la cual se encuentran una decena de estanterías repletas de libros que me serán útiles, una zona en la que poder conectarte a Internet, y otra en la que poder jugar al ping-pong o al billar. Una amplia tele de pantalla plana, invade la habitación con un alargado sofá en el que caben quince personas. Es un lugar increíble al que seguramente me costará habituarme. Mi pequeña casa no es comparable a esta inmensa mansión.
En la zona común, ya se encuentran grupos de amigos charlando, jugando y viendo la tele. Se conocen, menuda suerte. El decano me indica que suba las escaleras hasta que llegamos a la primera planta. La residencia consiste en un edificio de tres plantas, y doy gracias por no tener que subir y bajar tantas escaleras. Me guía por un largo pasillo repleto de puertas blancas con un número en una placa dorada. La moqueta azul marino amortigua nuestras pisadas, por lo que es una zona muy silenciosa. Tras girar una curva, me hace parar frente a una puerta. La número 23.
El decano me entrega un llavero en el cual cuelgan dos pequeñas llaves. Me pregunto para qué servirá la otra. Agarro con seguridad la llave del cuarto, y con una mezcla de miedo y entusiasmo, abro la puerta. Lo primero que ven mis ojos es un enorme ventanal que da paso a las maravillosas vistas de la ciudad. A continuación miro la amplia habitación en la que hay dos camas, una en cada pared, paralelas. Las paredes verdes me recuerdan a las de mi habitación, eso me ayudará a no deshacerme del recuerdo de mi casa. Camino por el suelo de madera y dejo las maletas sobre la cama vacía, puesto que la otra ya está ocupada por un montón de mochilas y maletas. Mi compañera ya está aquí.
De pronto escucho el ruido de un grifo, giro la cabeza y veo que proviene del cuarto de baño. De repente suena un escupitajo y el sonido del agua, cesa. La puerta del baño se abre bruscamente para dar lugar a una chica de mi edad, pero totalmente diferente a mí. Unos ojos azules impactantes bordeados de lápiz negro, con un ligero toque de sombra de color también negro. El pelo liso, rojo con raíces oscuras y corto que lleva a la altura de lo hombros. Un pearcing en la nariz como el que suelen llevar algunos toros, pero invertido. Su estilo completamente diferente al mío, que es sencillo y cómodo. Es un estilo estridente que llama la atención, con una camiseta de tirantes blanca ancha en la cual hay dibujada una cruz negra y unos pantalones estampados largos. Tras inspeccionarme con la mirada, decide dirigir aquellos fuertes ojos azules a mis tímidos ojos marrones verdosos.
X- Lo que me faltaba.

2 comentarios:

  1. Raquel, sé que desde el día ese en que te escribí ese comentario en el blog, te caigo mal. Te quería decir que siento ser tan borde e idiota. Que no hace falta que finjas que te caigo bien al responderme los comentarios.
    Ana.

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