sábado, 5 de enero de 2013

45. MENTIRAS.


Suelto un largo suspiro de satisfacción. Es como si hubiera vuelto a nacer. Me siento ligera, me he quitado un peso de encima. Pensaba que iba a ser más duro, pero he podido, y me ha resultado realmente sencillo. Me siento enchida de felicidad ante la idea. He conseguido hacerlo. Pero ahora que lo pienso, mi decisión de dejar el pasado atrás, de encerrar esas líneas escritas, no está muy bien pensada. Tengo a Liam, empeñado en ayudarme a recordar. Está haciendo todo lo posible por ayudarme, y no quiero que se sienta ofendido ante mi rechazo. Seguiré escuchando antenta cada una de nuestras anécdotas. Espero que recuerde algunas sin ayuda del diario. Aunque ahora que lo pienso, me lo regalaron a los 10 años. Él me lleva contando historias desde que teníamos cuatro escasos años. La idea me hace esbozar una ancha sonrisa. Se acuerda de todo. El juego debe continuar.
LIAM.
Demasiadas cosas en un día. Necesito un respiro. Bajo las escaleras de dos en dos hasta llegar al bajo. Vacío. Falta gente. Falta alegría. Falta Sam. No me gusta estar solo en casa. Es como si volviese a ese tiempo en el que nadie me quería y no tenía amigos. Duros años que marcaron mi vida. La marcaron de una forma que no desearía ni a mi peor enemigo. Por mucho que hayan cambiado las cosas mi pasado sigue ahí. Intimidante. El recuerdo vuelve a mí cada día. Me provoca un largo suspiro agonizante. Vivo rodeado de personas que me quieren, y debería de dar gracias, pero realmente estoy frustrado. Me falta algo, algo que no entiendo su significado. Pareceré un poco egoísta, pero es lo que siento. Tengo a cuatro amigos que se han convertido en mis hermanos. Me han apoyado, me han hecho ser más abierto. Me han puesto los pies en la tierra tras la fama, y ahí siguen. Realmente los echo de menos. Las tonterías de Louis, las sensateces de Zayn, las idioteces de Harry y el hambre de Niall. No podría haber pedido algo mejor.
Enciendo la luz de la cocina después de adentrarme en ella y abro el frigorífico en busca de algo comestible. Diviso en el fondo una barrita de chocolate. Me sirve. La cojo con la mano derecha y cierro de un portazo el frigo. Camino arrastrando los pies por el suelo hasta llegar al salón, donde me siento en el cómodo sofá.
Ha sido un día realmente extraño. Ha comenzado de la mejor manera posible. He ido a por ella, hemos revelado las fotos y... Las fotos. ¿Dónde están? ¿Se las ha llevado a su casa? No recuerdo habérselas devuelto, creo que me las he quedado. Me pongo en pie y busco con la mirada por todos los muebles del salón. Encuentro un paquete sospechoso en una de las lejas de encima del televisor. Extiendo la mano para alcanzar el sobre y efectivamente son las fotos. Me vuelvo a sentar en el sofá y saco todas las revelaciones del interior. La primera fotografía es de ella y yo comiendo cada uno un helado. Ella sale sonriente. Feliz. Preciosa. Y yo salgo manchado hasta el apellido de chocolate. Tengo toda la boca cubierta de chocolate. Medio helado está en mi cara y en parte de mi ropa. La imagen me hace reír.
La siguientes fotos son de nosotros dos y nuestros padres en la playa. Éstas fotos son ya de hace bastante tiempo. Ambos parecemos más pequeños y jóvenes. Éramos más pequeños y jóvenes. Estamos realmente cambiados. No me había percatado de lo mucho que he cambiado. Los años. Paso más y más fotos de los dos. Sonrientes. Buenos momentos. Haciendo tonterías como solo nosotros sabemos hacerlas. Y entonces es cuando llego a esa foto. La foto más bonita del mundo, en el que sale la chica más bonita del mundo. Solo sale ella. En un columpio, balanceándose con un bonito vestido. Aparece de perfil. Sonriente. Radiante. Esta foto tiene algo que me encanta. Que me provoca un grave empane mental. No puedo estar más enamorado de ella.
Llego a las últimas fotos que nos hicimos. Las de la cocina. Y las guardo todas de nuevo en el sobre. Bien ordenadas. Miro la hora en el reloj colgante de la pared. No parece muy pronto. Son las 6 de la tarde. No creo que duerman. Salgo por la puerta de la casa con las llaves y el sobre en la mano y cruzo la calle para dejar en el felpudo de Sam las fotos. Toco el timbre y salgo corriendo para encerrarme de nuevo en mi casa. No me ha visto nadie. Espio por la venta para ver quién abre, y afortunadamente es Sam quien lo hace. Veo cómo mira a ambos lados en busca de algún rastro humano y se agacha para coger el sobre. Al darse cuenta de lo que es, le veo sonreír. Se encierra de nuevo en su casa. No siento mayor satisfacción que cuando provoco una sonrisa en ella.
Me siento de nuevo. Ésta vez en el sillón y comienzo a divagar sobre lo que ha sucedido este medio día. No me puedo creer lo que he hecho. Me siento horrible al haber provocado aquello. Primero le robé el diario y luego esto. ¿En qué me he convertido? Apenas me reconozco. Yo jamás hago éstas cosas. Jamás miento. Odio las mentiras y por eso no creo ninguna. Lo he hecho sin pensar. No he pensado en el peligro. En las consecuencias. En lo poco que duran las mentiras. No he pensado en nada. Lo peor es que me ha creído. Ha creído mis torpes palabras. Hubiese preferido que se hubiera dado cuenta. Que le mentía. Que le estaba contando un cuento para intentar no meterme en otro lío. Pero evitándolo he conseguido meterme en uno. Me siento un completo idiota. ¿Cómo se me pudo ocurrir? Soy un mentiroso. Y jamás me merecería el perdón de Sam.
Lo leí. Lo leí todo y me lo callé. Leí cada uno de los renglones. Descifré su extraña caligrafía de niña de 10 años. Pero cuando escribía cosas un poco más mayor, se entendía a la perfección. Lo leí absolutamente todo. He mentido. Le he mentido. Me siento sucio por dentro. He conocido todos sus secretos. Todo lo que piensa. Conozco cada uno de sus pensamientos. Respecto a sus padres. Respecto a su familia. Respecto a sus amiga y por supuesto, respecto a mí. La mitad de las cosas escritas iban dirigidas a mí. Y me sentí un monstruo al descubrir por medio de su diario que me quiere. Ahora sé que soy un monstruo de verdad. Me he metido donde no me incumbe. He mentido sobre ello y me estoy muriendo por dentro. Es todo mi culpa. Sentí alegría y dolor al conocer sus sentimientos respecto a mí. Alegría, obviamente porque siente lo mismo que yo. Dolor, porque lo lleva sintiendo desde mucho tiempo, mi pérdida le dolió más, y ahora si un día decide confesármelo no será una sorpresa.
Y es que respecto a ello, dejando a lado todo el hurto y mis equivocaciones, ahora que conozco sus sentimientos no pienso aprovecharme de ello. Me hice una promesa desde el principio, ya de antes de que conociese lo que siente por mí. Me hice la promesa mentalmente desde que la vi tumbada en la cama del hospital, yacente. Hice una promesa de que dejaría de lado mis sentimientos para ayudarla. Ocurrirá cuando tenga que ocurrir, pero por el momento solo quiero hacer todo lo que esté en mi mano para que Sam me recuerde.

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