sábado, 5 de enero de 2013

68. INCOMPLETO.


Extiendo con pereza y pesadez las piernas que acaban de despertar de un dulce sueño. Apoyo los pies sobre el frío suelo de madera y tanteo con los pies en busca de mis mullidas zapatillas. En escasos segundos siento el tacto de la tela en la punta de mis dedos. Se han escondido bajo la cama. Me doblo sobre mí misma para poder alcanzar desde la cama mis zapatillas. Cuando consigo sacarlas de aquel mar oscuro, dejo escapar un suspiro de esfuerzo. Eso de hacer gimnasia de buena mañana, es ajeno a mí.
Subo a duras penas, con mi escasa fuerza mañanera, la dura persiana que me impide apreciar la luz del día. En cuanto alcanza una altura aceptable para iluminar mi campo de visión, me giro para encerrarme en el baño donde comienzo con mi habitual alisamiento. De pronto rememoro la conversación de ayer con Liam. Nos sinceramos de una manera absoluta. En cuanto confirmé aquello que mis labios pronunciaron cuando yacía en la cama del hospital, no dejamos de hablar de otra cosa. Comenzó a decirme que la fama le impedía hacer determinadas cosas, pero no se arrepiente de estar donde está. Su experiencia es para algunos algo inimaginable. Yo le he confesado que no podría ser famosa. La presión de la fama sería superior a mí. No podría aguantar las criticas. Tanto buenas, como malas. Siempre que me hacen cumplidos, lo asocio con las mentiras. Prefiero que no me digan nada. Y críticas malas, ya me hacen caer como una pluma. No soy esa clase de personas a las que no le importa la opinión de los demás. Instintivamente, lo que hago yo es intentar agradar a la gente, y así no he conseguido agradar a nadie. La primera persona que debe estar a gusto soy yo.
Regreso a mi habitación con mi pelo recién peinado y rebusco entre mi armario para dar con algo que me pueda poner. Hoy hace mucho calor, el día es soleado, algo extraño aquí, en el Reino Unido, por lo que hay que aprovecharlo. Saco del cajón unos pantalones vaqueros oscuros y una camiseta blanca con un estampado de diversos colores. Algo alegre, acorde con un buen día. Bajo las escaleras y en la mesa del salón me encuentro con uno de los típicos post-it's de mis padres. "Hemos ido a desayunar con unos amigos, volveremos antes de comer, te queremos". Paso de largo por el estrecho y corto pasillo que lleva hasta la cocina y me preparo un vaso de leche con galletas. En cuanto me termino el desayuno y salgo de la cocina, escucho un sonido. ¿Música, quizás? Agudizo el oído, y, efectivamente, es música proveniente del piso de arriba. Mi móvil. Subo las escaleras con toda la rapidez que mis piernas me lo permiten. Cuando pienso que llego tarde, consigo alcanzar mi móvil y descolgarlo.
Samantha- ¿Sí?
Johanna- ¡Sal por la puerta, ahora!
Finaliza con la llamada sin darme ni un segundo para preguntarle sus motivos. ¿Salir de casa, ahora? Sé que Johanna es más madrugadora que yo, pero no solemos emplear ese tiempo para vernos. Normalmente es por la tarde, o a mediodía. Me guardo el móvil y las llaves en el bolsillo del pantalón vaquero y me pongo las converse. Me gusta ir descalza por casa, sobre todo cuando no hay nadie. Es una especie de liberación.
Bajo las escaleras y cuando llego abajo, agarro el pomo con miedo de lo que me pueda esperar tras esa puerta. La insistencia de sus palabras me hace temer lo que suceda a continuación. Para no hacerlo más duro, abro la puerta de golpe y me encuentro con Ruth y Johanna, sentadas en el bonito coche de Johanna. Me acerco hasta ellas, que me indican que me siente detrás y yo obedezco a sus órdenes. Abro la puerta, me siento detrás del copiloto, que en este caso es Ruth, y me abrocho el cinturón.
Samantha- Estaría bien si me lo explicarais.
Ruth- ¡Es una sorpresa! Y no hagas preguntas, porque no te vamos a contestar.
Cruzo los brazos en señal de resignación y me tomo al pie de la letra las palabras de Ruth y no pronuncio palabra durante todo el recorrido. Ellas ríen, conversan, y cantan las canciones que suenan en la radio. A mi no me hace gracia. Me raptan y no me dicen adónde me van a llevar. Deberían de saber a estas alturas que odio este tipo de cosas, quizás simplemente lo hayan hecho para chinchar. Después de unos diez largos minutos de viaje, contemplo cómo nos acercamos a la costa. ¿Me están llevando a la playa? Ni si quiera llevo bikini, deberían haberme avisado. Después de tres minutos, Johanna aparca el coche y todas bajamos. Me miran expectantes a la espera de que diga algo, pero no tengo ni idea de qué hablar en este contexto de situación.
Johanna- Lo siento, Sam, pero te tenemos que tapar los ojos.
Samantha- ¿Qué? ¿Taparme los ojos por qué?
Ruth me manda a callar mientras Johanna cubre los ojos con las manos. Nublan mi campo de visión al completo y me siento aturdida ante la pérdida de la vista. Intento alcanzar con las manos el brazo de Ruth, el cual tras un par de intentos fallidos, consigo agarrar. Me coge de la mano para guiarme, y en silencio escucho sus órdenes para no tropezar y caer. Después de dar varias zancadas con algún que otro tropiezo, llegamos a la arena. Me hundo en ella y comienzo a andar rápido. De pronto siento cómo ambas paran y Johanna me quita las manos de la cara. Giro la cabeza para ver dónde se sitúan, pero solo las veo corriendo, alejándose de mí. ¿Pero qué sucede aquí? Lo comprendo todo en cuanto contemplo lo que mis ojos tienen delante.
Samantha- Dios mío...
Liam- Feliz no-cumpleaños.
Es una encerrona. Mis amigas me han traído hasta Liam, en la playa. El cual me recibe con una manta de picnic, igual a la que usamos días anteriores, pero en ella hay muchas cosas. Hay chuches, muchas chuches para mí. Refrescos, algo para picar y en medio de todo el barullo, una gran tarta de chocolate, fresas y nata. Liam estaba hace unos segundos de rodillas junto a la tarta. Pero ahora se encuentra de pie, enfrente de mí con los brazos abiertos. No entiendo nada de nada. ¿Qué quiere decir esto? ¿Es parte del juego? ¿Una tarta? ¿Es una guitarra eso que veo tras las millones de bolsas de chuches? Creo que sí. Acepto su abrazo, todavía confusa ante la situación, puesto que se torna muy extraña para mí. No entiendo nada, aun así, acepto la bolsas de ositos de gominola que me ofrece. Ambos nos sentamos en un pequeño hueco de la manta de picnic y comienza a hablar.
Samantha- ¿Qué quieres decir?
Liam- Una de las cosas de las que más me arrepiento es de no haber pasado tu 18 cumpleaños contigo. Ni siquiera te felicité por una llamada, ni por un mensaje. Todo por culpa de mi estúpido plan. Desde los 13 años estamos diciendo que en el día en que cumplieras 18 años, vendríamos a la playa y nos comeríamos entre los dos una tarta de chocolate, fresas y nata. Sam, siento haber llegado tarde. De verdad que lo siento. Felicidades.
No puedo hacer otra cosa que llorar y abrazarle. Me ha demostrado ser la persona más importante de mi vida con esta clase de cosas. Todo su arrepentimiento me hace ver cómo le duele todo aquello que hizo. Las malas decisiones le hicieron perder cosas, pero yo hice bien en aceptar sus disculpas, porque si no, ahora mismo esto no estaría sucediendo. Nuestras decisiones percuten especialmente sobre nuestro destino. Siempre hay momentos buenos y momentos malos, y la forma en que reaccionemos ante ellos, nos llevará a un lugar o a otro.
Por fin me separo de él y me seco las lágrimas que cae por mis mejillas con el dorso de la mano. Liam me regala una media sonrisa que me anima a parar con mi llanto. Saca un plato de entre el gran cúmulo de comida y utensilios y nos corta un trozo de tarta a cada uno. Me entrega el plato junto a un tenedor y comienzo a degustar entre lengua y paladar el dulce sabor de la mezcla del chocolate, la nata y las fresas. Está realmente buena. Nos terminamos cada uno su porción y sin razón, comienzo a hacer un castillo de arena. Liam se une y con un vaso de plástico trae agua. Al cabo de un rato, toda la arena y agua acumulada, acaba entre nuestra ropa. Saca unas servilletas y con ellas intentamos deshacernos del barro que ha formado nuestro mezclijo.
Samantha- Por cierto, ¿y esa guitarra?
Liam- ¿Qué guitarra? ¡Ah! Durante el Tour, Niall me enseñó a tocar un poco la guitarra. No se me da nada bien, pero me gustaría cantarte algo.
Me siento de nuevo sobre la manta, dejando un pequeño rastro de arena, y contemplo cómo agarra la guitarra por el mástil y se la cuelga por detrás. Observo cómo sus manos tiemblan, le da vergüenza. Pero en cambio puede cantar delante de millones de chicas. Es irónico y contradictorio. Al final retoma la compostura y comienza a tocar acordes. Sumida ante el sonido realizado por el instrumento y sus manos, comienza a entonar una canción. Hasta el momento no había conseguido escuchar tan cercanamente su voz, es profunda, sentimental y preciosa. Me late el corazón a mil, y está a punto de explotar. De repente siento algo extraño, la canción que canta me resulta familiar. Creo que la conozco. ¿La conozco? Escucho varias frases más y abro los ojos de par en par, el corazón se me para y dejo de respirar por unos segundos.
Moments.
Liam. Liam James Payne escribió esa canción para mí. Hace mucho tiempo, en El Claro del Tocón. Me emocioné tanto que comencé a llorar, y recientemente soñé con ese momento. He pasado dos años horrible, sintiéndome abandonada y traicionada. Me dejó de lado, o eso pensé, pero después de dos años me confesó que fue por una estúpida idea. Conozco a Liam desde los 4 años. Ambos nos defendimos, fue por supervivencia por lo que ahora estamos juntos. Hemos asistido a todos los bailes del colegio juntos. Me salvó la vida cuando estábamos jugando en el parque al fútbol y un niño me lanzó una pelota contra el pecho y me dejó inconsciente. Liam fue aquel chico al que yo apoyé a cumplir su sueño, y más tarde, en cierto modo, me arrepentí. Pero ahora le tengo aquí, a él y a todos nuestros recuerdos, juntos. La noche del accidente. Íbamos en el coche, me extrañó que parase en medio de la carretera para contarme algo, recuerdo por donde iba su confesión. Liam James Payne Smith. Aquel chico del que llevo enamorada desde que le escuché cantar por primera vez.
Al ver mi cara de sorpresa y agitación, deja de cantar y tocar. Se acerca a mí con gesto preocupado. No tengo ni idea de cómo contarle que le recuerdo. De decirle que ya no tenemos que continuar con el juego, que los '10 días', han funcionado. Me ha ayudado a recordar, y las palabras no me salen. Estoy perpleja y llena de emoción y alegría. ¿Cómo reaccionará?
Samantha- Liam, tengo que decirte algo...
Liam- Estoy cansado de hablar.
Y acto seguido, ante la corta frase que me ha descolocado por completo, siento cómo sus labios presionan los míos de la forma más dulce que jamás me podría haber imaginado. No sé qué hacer ni cómo hacerlo, pero todas mis preocupaciones desaparecen cuando todo surge instintivamente. Le acaricio el pelo y me agarro a su cuello. Este momento me resulta por una parte, ajeno, pero por otra parte, como algo que llevo esperando desde hace mucho, y por fin, ha sucedido. Y no es nuestro primero beso, pero si nuestro primer beso de verdad. Mis dudas de si me quería o no, han sido mitigadas por la verdad. Por fin obtengo una respuesta convincente. Sin dudas. La completa verdad. Se separa de mí unos escasos centímetros para poder mirarme, darme un pequeño beso en la mejilla, y sonreír. Yo también sonrío. Es el mejor día de mi vida.
Liam- Te quiero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario