sábado, 5 de enero de 2013

67. RESOLUCIÓN.


Remuevo con desgana las mollas de la lubina que estaba degustando hace un minuto. Lo primero que ha hecho mi madre al llegar a casa, ha sido encerrarse en la cocina para preparar su plato estrella: La lubina al horno con salsa. Tiene un secreto, una receta secreta que convierte a cualquier insulso pescado en una obra maestra. Una vez se me ocurrió la idea de preguntarle qué ingredientes contenía dicha salsa. Su respuesta fue un misterioso: "Secretos de madre". Dudo mucho que preparar una salsa sea uno de los gajes de ser madre, la cosa está en que no quiere contarme nada. Dejo el tenedor tumbado sobre plato y me retiro de la mesa en silencio. Mis padres no han pronunciado palabra en toda la comida. Normalmente tenemos unas conversaciones alegres, en las cuales hablamos sobre el día de cada uno. Casi siempre sacamos un tema de conversación que nos hace reír, ya sea por los gases repentinos de mi padre o los distintos tonos de voz de mi madre. Siempre sacamos los defectos a la luz durante la comida, convirtiéndolo en algo de orgullo. Quizás no tanto como eso, pero lo miramos de buena gana.
Dejo el plato, vaso y cubiertos sobre el interior del fregadero, no sin antes enjuagarlos en agua para que los restos de comida no se adhieran a la vajilla. Subo pensativa las escaleras hasta llegar a mi habitación, donde me cierro la puerta detrás de mí. Permanezco en pie, contemplando nada en concreto, mi mente está sumida en pensamientos inexactos. No concuerdan con la situación, y es que no hay situación alguna, eso es lo extraño. Consigo salir de mi ensimismamiento y pienso en lo que puedo hacer a continuación.
Enciendo mi ordenador portátil y me siento en la cama posándolo sobre mi regazo. No tarda en cargar, y al instante aparece el menú de usuarios. Únicamente existe el mío, por lo que me resulta innecesario dicho menú de selección. Inicio sesión tras teclear la contraseña y abro una ventana de Internet.
El vernos llega a su fin, y yo ya tengo mi plaza en la universidad y mi residencia. En cuanto recibí la carta de admisión a Cambridge, no dudamos en ir en busca del que sería mi futuro hogar durante todo el curso. Mi padre y yo estuvimos visitando las incontables estancias en residencias, puesto que alquilar un piso estaba fuera de nuestro presupuesto. En cada una de las residencias nos recibieron con los brazos abiertos. Mis únicas prioridades eran las de que tuvieran aseo propio en las habitaciones y servicio de comedor, porque entre que soy una negada para la cocina y que no quiero perder el tiempo aprendiendo a cómo evitar la situación. Después de un buen tiempo en su búsqueda, al final encontramos la residencia perfecta. Se encuentra justo al lado de la facultad de medicina, por lo que no tengo que andar prácticamente nada, eso es un punto a favor. También buscaba una copistería cercana, donde poder realizar fotocopias, y una se sitúa en la siguiente manzana. Servicio de comedor, baño propio, ¿pero cuál es la pega? Que se trata de habitaciones compartidas.
La comunicación no es lo que se dice mi punto fuerte. Soy una persona muy maniática y estoy completamente obsesionada con el orden y la limpieza. En cuanto encontré el momento, le supliqué como pude al decano que me asignara a alguien decente y con buena educación. Su expresión no transmitía ningún gesto de cesión, pero su mirada reía ante mis inútiles súplicas. Es un tema realmente delicado para mí y no me gusta que la gente lo infravalore.
Tecleo con soltura la página web de la residencia y vuelvo a ver, pro milésima vez, la estancia que me espera en Cambridge. El cuarto es realmente amplio, normal, puesto que está construido para dos personas. Siempre me pregunto cómo será mi futura compañera. Una chica tímida como yo, sería lo mejor. Ambas nos defenderíamos en el campus. Porque las nuevas amistades son un punto de vista que nunca antes había contemplado. Quizás allí encuentre a otra Ruth, o a otra Johanna. Puede ser que cuando comience, me convierta en una persona sociable y extrovertida que haga muchos amigos. Son pequeñas ideas que me obligan a esbozar pequeñas sonrisas. Me dolerá lo inimaginable tener que separarme de mis amigas, pero es ahora cuando comienzan nuestras vidas. Y quizás encuentre a una Ruth y a una Johanna, pero, ¿y un Liam? De él también me separo. Él continúa su vida de estrella del pop y yo la mía como nueva doctora en prácticas. Vidas diferentes, totalmente separados. Por muchos consejos que me sean aportados, en un lugar no muy profundo de mí, que más bien escarba la superficie de mi ser, continúa una Sam temerosa a aquella idea.
Continúo la tarde realizando justamente lo mismo que ayer. Mientras dibujo en un cabalo, como el de mi anterior sueño, cabalgando por un precioso prado diferente al que recordaba, pienso en la charla que ésta mañana. Hoy es el día nueve, y sigo como si nada hubiera ocurrido ni percutido. He recordado simplemente dos cosas que no tienen ningún valor para mí. Seguramente era por esa razón por la que Liam se planteó seriamente el significado y las metas de todo aquello. Por un lado lo entiendo y le comprendo, pero por otro, permanece esa chispa de fe que me ayuda a seguir adelante. Mi fe disminuye a medida que transcurre el tiempo.
Son las 20:34 cuando comienzo a esuchar ruidos extraños e indescifrables de un lugar que no consigo percibir. Es como un timbre. Vuelve a sonar, y esta vez sé de dónde proviene. Me pongo en pie y me asomo por la ventana de mi jardín trasero para dar lugar a que mis ojos vean a un Liam silbante que me mira de forma y gesto divertidos. Con un gesto de la mano me indica que baje para reunirme con él, y sin dudarlo por un segundo, me adentro de nuevo en mi cuarto y bajo corriendo las escaleras para salir por la puerta trasera. Liam me espera sentado en el césped y con una ancha sonrisa. Me siento a su lado contemplando el oscuro manto que es a estas horas el cielo.
Sam- ¿Qué te trae por aquí a estas horas?
Liam- Quería comentarte algo.
Contemplamos ahora los dos el cielo ausente de estrellas. Si no hubiera tanta contaminación lumínica, eso no sucedería, y ahora el lienzo oscuro que es el firmamento estaría regado de estrellas. La brisa es suave y persistente y me acaricia el pelo removiéndolo en distintas direcciones. El aire fresco me relaja. Debería de salir al jardín mas noches para tomar un poco de aire fresco.
Liam- El último día que estuve hablando contigo en el hospital, me dijiste que te habían abierto los ojos de la manera menos deseada del mundo. Que habías comenzado a valorar realmente la vida y cada uno de sus días, y que querías exprimir todo su jugo. Que querías vivir experiencias conmigo, ¿me equivoco?
No me mira directamente a los ojos formulando aquella pregunta. Pero no es por vergüenza o miedo, es porque está encandilado observando el completo color negro del cielo que acecha sobre nosotros. Es raro que anochezca a estas horas en pleno verano. Con que una duda no ha podido tranquilizarle, a saber desde cuando le pasa por la mente. Ha necesitado solucionar una cuestión que merodeaba dentro de él, más que una cuestión parece una afirmación, por el tono de voz que ha utilizado al realizar la pregunta. Simplemente ha venido hasta mí para que confirme aquello que duda. ¿Por qué no tengo yo el valor de hacer lo mismo?
Samantha- No quería, quiero.

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