domingo, 20 de enero de 2013

7. SUERTE.


¿Será mi manera de ver el mundo extraña y completamente diferente? Es la cuestión que me surge al abrir los ojos de forma natural. Mi capacidad para levantarme temprano sin necesidad de un despertador, es toda una ventaja, pero a veces la virtud se convierte en defecto. Me gustaría haber dormido. Dormir hasta los restos, esperar con los ojos cerrados a que mi pesadilla acabe. Es irónico cuando lo que parece ser un sueño, no lo es, y se trata tristemente de la cruda y áspera realidad. Miro de reojo el despertador situado justo a mi derecha, en la pequeña mesita de noche de madera. La verdadera función de mi despertador, es marcar la hora, así que no comprendo por qué no me compro un simple reloj. Pero entonces recuerdo que es un regalo que me hizo mi tía Melissa hace muchos años.
Con exasperación, me atrevo a dirigir la mirada hacia el gran bulto envuelto en un edredón oscuro que se encuentra sobre la cama a mi derecha. Donde se supone que duerme mi compañera. Me incorporo sin hacer ningún tipo de ruido, y, descalza, camino de puntillas hasta el pequeño cuarto de baño para asearme un poco. El baño no es muy grande, pero tiene el espacio justo y necesario. Paredes enlosadas de un alegre color naranja, el suelo de un color negro moteado. Está compuesto por una pequeña ducha de plato, un retrete justo a la izquierda, y enfrente de este, el lavabo. Le doy las gracias al arquitecto que se le ocurrió la gran idea de colocar dos de ellos. Me gusta tener mis pertenencias ordenadas, y Danna me ha demostrado que no comparte esa misma devoción. Es más, me ha dado a entender que es partidaria del desorden y todo aquello que tenga relación con el campo anti-higiénico.
Me lavo la cara con abundante agua, deshaciéndome así de todas y cada una de las molestas legañas. No he dormido lo que se dice, maravillosamente, pero tampoco ha sido para tanto. En cuanto Danna tomó la decisión de dejar sus cigarrillos para otro momento, y echar una cabezada, el sueño se apoderó automáticamente de mí. Aún habiéndome levantado a las ocho de la mañana, que es bastante temprano para lo poco que he dormido, no me siento para nada cansada. Es más, me siento llena de vitalidad y energía.
En cuanto termino de asearme y recogerme el pelo en una coleta improvisada, me adentro de nuevo en la habitación compartida para a continuación dirigirme hacia el armario y coger algo de ropa. Por el camino, sin querer, mi dedo meñique del pie, entra en contacto con una de las patas de mi cama, provocando un grito ahogado, que emerge de mi garganta lentamente. Noto cómo mis ojos comienzan a humedecerse por el dolor. Mi torpeza me lleva a hacer esta clase de cosas, pero esta vez me ha dolido especialmente. Miro rápidamente hacia donde se encuentra Danna para ver si se ha percatado de mi viva presencia. Pero no. Duerme como un bebé. Mejor dicho, como una marmota. Muy profundo debe ser su sueño para no haber escuchado el grito que he intentado resistir. Me estaba preocupando de si las bisagras del armario harían algún tipo de ruido, pero veo que es un temor innecesario.
Abro las puertas del armario de par en par a la vez que observo algún tipo de reacción en el cuerpo aparentemente inerte e inmóvil de Danna. ¿Debería asustarme? Cuando me planteo esa misma pregunta, cambia de posición, todavía dormida. Como no se percibe muy bien el interior del armario, cojo mi móvil y con la luz que emite la pantalla, consigo sacar unos pantalones cortos claros, una camiseta de media manga de color crema y unas sandalias del mismo color.
Cojo mis llaves, me guardo el móvil en el bolsillo, y sin hacer ruido, salgo de la habitación. Ningún alma errante pulula por el pasillo. La mayoría deben estar durmiendo, y esto continuará siendo así hasta que comiencen las clases, que eso será el lunes de la semana que viene. Quedan cuatro días. La verdad es que estoy bastante nerviosa con lo que me depare esta carrera. Soy conocedora de que no es una rama ni fácil ni sencilla, pero si es lo que me guste, sé que podré soportarlo. Cuando terminamos el instituto, nos dieron largas charlas bastante pesadas y aburridas sobre lo que nos esperaría en la universidad. Nos alertaban de que solamente nos dedicaremos a comer, estudiar e ir a clase. No es eso lo que me prometieron las películas americanas.
Cuando llego a la sala común, me encuentro con la alegre noticia de que está totalmente vacía. Nadie ve la tele, ni lee libros ni está conectado a Internet. Y lo más importante, no hay para meterse conmigo e insultarme gratuitamente. Es una buena señal, por lo que, con una sonrisa dibujada en la cara, camino dando pequeños saltitos hasta llegar a las puertas del comedor, las cuales abro con cuidado, pero veo que debo de ejercer una pequeña fuerza para poder hacer que se muevan. Son un poco pesadas. Ayer estabas abiertas, por lo que dudo de si realmente estará ya abierto.
Cocinera- Vaya, vaya, tenemos aquí una madrugadora, ¿cómo te llamas?
Una amable y cordial señora de mediana edad pasa por mi lado cargando un carrito lleno de bandejas recién lavadas. Las coloca sobre una grande estantería a la derecha de la puerta principal, donde se encuentran todos los cubiertos, platos y vasos. La mujer de pequeña estatura me mira con unos ojos azules cansados pero entrañables. Mechones de su pelo rizado de un falso color anaranjado, intentan escapar del gorro reglamentario que debe llevar.
Samantha- Me llamo Sam, ¿y usted?
Cocinera- ¡Pero qué chica más educada! No hace falta que me trates de 'usted'. Yo me llamo Helen, encanto. ¿Qué quieres para desayunar?
La cocinera, de nombre Helen me agarra del brazo con total confianza para llevarme hasta el mostrador, donde, recién hecha se encuentra la comida preparada por ella, y su compañera Jane, una mujer un poco más joven que Helen con un corto cabello rubio y liso y unos ojos marrones muy claros, fue la que me atendió amablemente ayer por la noche. En el mostrador hay desde gofres hasta cereales. Me decanto por unas tortitas con chocolate, a las cuales no he podido evitar echar el ojo en el primer momento. Comento a Helen mi decisión y corre hacia el otro lado para servirme mi plato. Me añade una fresa. Al verla, agradezco su gesto y le pregunto si ha desayunado.
Helen- Oh, justamente acabo de acabar. Si hubieras venido media hora antes, me habrías pillado engullendo la mitad de los gofres, querida.
Tengo en cuenta sus palabras. Es una buena mujer, muy simpática, quizás algo parecido a una amiga. Puede parecer triste trabar amistad con la cocinera de la residencia, pero es el contacto más cálido que voy a recibir durante mi estancia aquí. Solamente es media hora antes, me pondré el despertador si es necesario y al menos podré pasar unos minutos tranquila con una persona que me trate de forma normal.
Mientras desayuno pienso en la pregunta que me he formulado mentalmente nada más despertar. ¿Seré la única con mis valores morales y pensamientos? Me parece poco ético criticar a una persona sin tan siquiera conocerla. Son unos hipócritas. No me ha dado tiempo ni de formar mi propia imagen, la cual poder mostrarles. La tenía bastante preparada desde hace unos meses. Quería ser más alegre y abierta, buscando nuevas amistades, ya que era mi única escapatoria para no sumirme en la soledad, pero todos aquellos planes han caído por la borda.
Tengo la teoría de que nací gafe. En mi vida pasada fui una mala persona, y ahora estoy pagando por ello. Es mi única conclusión. Las únicas buenas cosas en mi vida no me han venido por suerte, me las he forjado yo misma con sangre, sudor y lágrimas. Nunca he sido afortunada, y no me refiero al dinero, sino a otro tipo de cosas. Como toda aquella esa gente con la que he ido a clase, que sin estudiar, aprobaban el examen. Esas situaciones siempre me resultaron frustrantes, pero ahora en la universidad es algo que voy a ver poco, por no decir nunca.
Cuando vació mi plato, el cual parece recién sacado del lavavajillas, me acerco hasta donde se encuentra Helen, y me indica que deje la bandeja sobre el mostrador. Hago caso de sus instrucciones y en cuanto dejo descansar la vacía bandeja, salgo del comedor para sentarme a ver la televisión un rato en la sala común. Aprovecho ahora que no hay nadie que me pida que me vaya con un gruñido. ¿Y si hay un cabecilla que ordene a los demás odiarme? ¿Y si es una especie de conspiración? En mi pequeño momento de soledad, no debería pensar en este tipo de cosas. Solamente me dañan.
Cuando llevo unos veinte minutos viendo los dibujos animados, que es lo único que se puede sintonizar a estas tempranas horas, mi móvil comienza a vibrar en el bolsillo de mis vaqueros cortos. A duras penas consigo extraerlo de este, y cuando lo consigo, descuelgo el teléfono sin tan siquiera molestarme en mirar de quién se trata.
Liam- ¿Te he despertado?
Samantha- ¡Liam! Qué va, llevo cuarenta minutos despierta.
De repente por las escaleras se comienza a escuchar un ruido de pisadas. Percibo que un pequeño grupo desciende por ellas. Al instante aparecen dos chicas exactamente iguales. Ambas con una larga cabellera lisa y rubia de un color platino. Las dos son poseedoras de las mismas facciones puntiagudas, su expresión muestra un matiz de asquedad por todo lo que les rodea, no solamente por mí. Me dirigen una corta mirada, solamente para saber de quién se trata, y a la vez que eso sucede, veo cómo la de la camiseta roja, le susurra algo al oído de la que lleva una camiseta verde. Las gemelas desaparecen tras las puertas del comedor.
Liam- Me lo imaginaba. Oye, no te escucho muy bien.
Samantha- ¿No? Estoy en la sala común, voy a salir fuera, que aquí no hay mucha cobertura.
Miro de nuevo la pantalla del móvil para asegurarme de que es así, y efectivamente, una fina raya verde indica que es imposible que Liam me escuche. Emocionada por su repentina llamada, me pongo rápidamente en pie para salir cuanto antes de aquí y hablar de una vez por todas con una persona normal. Le pregunto si me escucha a cada paso que doy, y en todas sus respuestas me señala que regular. Pongo una mano en el pomo de la puerta y al hacer amago de abrir la puerta, toda la luz del Sol incide sobre mi vista, cegándome temporalmente hasta que consigo acostumbrarme. Hoy hace un muy buen día. Pero hay algo extraño. Me quedo mirando justo enfrente de mí, a unos metros de distancia hasta percatarme de quién se trata.
Samantha- ¿Qué haces tú aquí?

6. FUERZAS.


En el poco tiempo de mi estable relación con Liam, nunca se ha cometido esta clase de incidencias. Agresiones verbales han habido muchas, por no decir muchísimas, pero físicas, esta es la primera vez, y espero que también sea la última. ¿Llegar a tal extremo de fanatismo como para introducirse por terceros en una relación que no le incumbe? Es poco ético e inmaduro. Entiendo que no les guste que sus ídolos mantengan una relación amorosa, pero como el resto de la humanidad, tienen sentimientos.
He recibido incontables amenazas vía Twitter, deseándome la muerte, suplicándome que dejara a Liam y todo tipo de barbaridades dignas de estudio y conclusión. Pero por otro lado, aun siendo un pequeño grupo, unas cuantas personas salieron a defenderme, incluso sin conocerme me apoyaban por todo lo alto, pedían respeto, y aunque no lo anunciara, yo daba las gracias. Como no me suelo conectar mucho a Twitter, el ciber-acoso que seguramente reciba a diario, no me supone un completo problema, ya que consta de palabrería, y nunca pensé que tuvieran el valor de venir hasta mí y pronunciar todos aquellos deseos de muerte. Hasta ahora.
Se podría decir que hoy es un día movidito, repleto de acción y sorpresas. Ninguna buena. A veces me pregunto qué he hecho yo para merecerme este poco respeto. ¿He molestado al resto del mundo en una vida pasada? ¿He realizado algún acto mal visto por la sociedad y automáticamente he sido expulsada de ella? Si es así, pido a cualquier fuerza superior que me muestre una señal. Nunca he sido religiosa, pero necesito pensar que hay alguien que pueda sacarme de este agujero negro en el cual me hallo presa.
Ahora me encuentro tumbada sobre la cama todavía sin deshacer, contemplando la verde pared moteada. Mirarla me hace pensar en mi hogar, en mi habitación. Puede que no sea ni la habitación más grande, ni la que más cosas tenga, pero en ella hay algo especial que me define. Es mía, y es algo que nadie puede remediar. Donde me encuentro ahora, obligada a pasar un curso entero, se asemeja a una especie de cárcel, y tengo compañera de celda.
Danna todavía no ha llegado, y eso que son las nueve y media de la noche. Con el miedo en el cuerpo, y sin pensarlo dos veces, he abierto las puertas de la residencia para zambullirme en una masa de insultos que invadían mi cabeza, pero que realmente no sonaban en ninguna parte. Mi imaginación se había encargado de recrear el momento antes de salir a despejarme, traicioneramente. Nadie se molestó en dirigirme la mirada, ni siquiera en pasar por mi lado. En cuanto me veían venir por lo lejos, se hacían a un lado. A diferencia de lo que ellos puedan pensar, para mí es mejor solución que tener que aguantar la constante burla hacia mí. La soledad es una vieja amiga que lleva acompañándome a todos lados desde tiempos immemoriables.
Tras haber estado todo el día dando vueltas sin rumbo por esta nueva ciudad, el Sol ha ido a buscar cobijo, dando paso al oscuro manto del anochecer. Con las mismas, mi estómago comenzó a rugir, pidiendo nutrición, por lo que no dudé en hacer caso a sus órdenes. Con la feliz sensación de ignorancia que me rodeaba, me dirigí decidida al comedor, que ya estaba medio lleno. No había visto el comedor hasta ese momento. Es una amplia sala de paredes moradas y blancas y un suelo negro enlosado. Unas decenas de largas mesas irrumpen el interior de la habitación. A la derecha de la puerta, se encuentra el servicio de comida. Justo a la izquierda, se apilan las bandejas azules. Cogí una y me acerqué tranquilamente hasta el mostrador. Soy un poco quisquillosa con el tema de la comida, por lo que por un lado sufrí con la idea del comedor común. Ese miedo resultó en vano, puesto que descubrí que no estaba tan mal como creía.
De primer plato había una pequeña pechuga de pollo rebozada, con patatas fritas. También me pedí una ensalada sencilla, la cual me dieron a escoger el tipo. Rechacé automáticamente la que llevaba pequeños tacos de queso, puesto que lo odio. De postre me decanté por un plátano y sin más dilación, me dirigí a una mesa vacía, apartada del barullo de gente. Cené tranquilamente, por lo que ha sido una buena forma de acabar con el día. O al menos, comparada con el resto de él.
En cuanto terminé de cenar, sin dudarlo, me encaminé hasta mi habitación, rezando por que se encontrase vacía cuando llegara. Mis suplicas salieron victoriosas, puesto que en cuanto puse un pie en el suelo de madera y encendí la luz, lo percibí todo en el mismo estado que cuando entré antes a por mi chaqueta y algo de dinero. Si esto va a ser cada día así, creo que podré aguantarlo. La montaña de mochilas apiladas de una manera extraña, continuaban en su misma posición. ¿Qué se habrá traído esta mujer? ¿A su familia en maletas?
Tras veinte minutos en babia observando sin parar la pared, dirijo la mirada a mi ahora lleno corcho. La verdad es que me ha quedado genial, y lo tengo como un altar. En él he colgado todas las fotos que he podido, más una carta que me hicieron Johanna y Ruth un día que me hallaba en drepesión, y otra de Liam que me escribió poco después de comenzar a salir. En ella explica lo feliz que es, y todo lo que intentará hacer por mí.
"¿Cómo poder explicarte que me hiciste la persona más feliz del mundo hace una semana? ¿Eres consciente de lo mucho que he estado esperando este momento? Fue el miedo el que me impidió dar un paso, pero acabé enfrentándome a él, sin pensar en lo que podía perder, solamente en lo que podía ganar. Ese día me hiciste tan feliz, que me entraron ganas de gritar. Llevaba muchísimo tiempo preguntándome cómo sería saborear tus labios, y hace una semana, lo pude descubrir. Saber que tú también sentías lo mismo por mí, e incluso desde antes, ha llegado a parecerme cómico, puesto que hemos actuado como dos idiotas. Y aunque di a entender ese mensaje, durante tu pequeña enfermedad, nunca pensé en dejar de ayudarte. Jamás me llegué a plantear realmente el abandonar la idea de hacerte volver, y el haberlo conseguido, es uno de mis mayores logros. El que ahora pueda compartir mi vida contigo, significa muchísimo para mí. Puede que dentro de poco no podamos estar tan juntos como quisiéramos, pero debemos separarnos temporalmente. Tú con tus estudios, y yo con mi carrera musical. Pero te prometo que no implicará que lo nuestro se deteriore, ya que no he estado esperando todo este tiempo para perder ahora lo que más me importa en este mundo. No te preocupes jamás por lo que diga la gente. Louis y Eleanor, Zayn y Perrie, ellos viven lo mismo día a día, y anteponen su amor a todo. No seremos menos. Porque la gente no nos conoce, la gente no sabe sobre nosotros."
Las últimas frases son las que necesito escuchar ahora. He hecho bien en colgar estas dos cartas, puesto que me ayudarán a sobrellevar el día a día. Estoy segura que dentro de poco me sabré de memoria lo que narra cada una.
Miro el reloj de mi mesita de noche. Son las 22:09, es mejor que me vaya yendo a la cama. Lanzo una rauda mirada en dirección a la cama de Danna, la cual continúa vacía. ¿A qué hora piensa volver? Lo mejor es olvidarse de ella mientras sea posible. Todavía no sé si esta va a ser mi rutina diaria. Ahora que lo pienso, ¿qué estudiará Danna? Como no me ha dejado ni presentarme, lo de preguntarle por sus aficiones va a ser algo literalmente inalcanzable.
Me pongo en pie para sustituir mis viejos pantalones vaqueros y mi jersey blanco por mi bonito pijama de Tom. Me lo regaló mi abuela hace tiempo, y me hace gracia, porque tiene la forma del gato, y si me coloco la capucha que se puede añadir, mi pijama se convierte en disfraz. Cuando estaba preparando la maleta dudé en si meterlo o no, ya que es muy infantil y me arriesgo a las risas de mi compañera, pero la verdad es que ahora me da igual. Ya que se van a meter conmigo por cualquier cosa, que lo hagan con motivos.
Me meto en la cama tapándome con el cálido edredón de plumas y más rápido de lo normal, el sueño se cierne sobre mí, envolviéndome en un manto oscuro sin sueños.
De repente, suena un estrepitoso ruido que me hace abrir los ojos automáticamente. Miro la hora en mi despertador y veo que son las 04:28 de la mañana. ¿Quién hace esos ruidos a estas horas? No me molesto en levantarme, ya que en menos de medio minuto, aparece una atrofiada Danna cerrando la habitación de un portazo. En la oscuridad, la veo arrastrar los pies hasta la cama, la cual busca a tientas. Durante el proceso escucho unas cuantas risillas tontas, las cuales me indican que va borracha. Cuando parece que todo se ha calmado y ha decidido dormir, escucho cómo un pequeño chasquido irrumpe el silencio. Entonces aparece una pequeña llama, y oigo cómo Danna espira, echando el humo del tabaco.
Este es el principio del fin.

5. RELAJANTE.


He intentado permanecer todo el tiempo posible en las escaleras, pero tan pronto como he pensado en ello, he cambiado de idea. He pensado que era mejor dar una vuelta por la zona, para acostumbrarme a ella y conocer los alrededores. Con el corazón en un puño, he intentado ser lo más invisible posible para poder entrar en la residencia sin ser insultada o acosada. Afortunadamente, nadie se ha fijado en mí, y con mi buena racha, Danna no se encontraba en ese instante en el interior de la habitación. Como prefiero prevenir que curar, me he dado prisa en coger una chaqueta y algo de dinero para olvidarme por unas horas de lo que me espera. Y aquí me encuentro, caminando helada de frío por una desconocida y transitada calle de la zona universitaria de Cambridge.
Ando en busca de alguna tranquila cafetería donde poder refugiarme del frío, pero en diez minutos de paseo, todavía no me he encontrado con ninguna. Todavía no puedo quitarme la imagen de la cabeza que he presenciado anteriormente. Se me hace casi imposible que alguien sienta esa clase de odio hacia mí, hacia mi vida. Que alguien desee mi muerte por encima de cualquier cosa. Ni en mi infancia llegué a ese punto. Ahora es cuando echo de menos mi casa, echo de menos lo conocido, echo de menos a la gente que me quiere, simplemente echo de menos a alguien conocido. Estoy completamente sola, sin exagerar. No conozco a nadie en esta nueva ciudad, lo más parecido a un amigo es el decano Daivies, lo cual no me alegra demasiado, y menos ahora que es el causante de que deba compartir habitación con un monstruo.
Esa es otra situación que me indigna. Recordar las palabras del decano me llena de ira. ¿Está seguro de que nos llevaremos de maravilla? Ahora solo escucho cómo se regodea ante mi sufrimiento. Incluso los superiores desean que me vaya mal en todo. Solamente hay que escuchar sus miedos en el despacho, cuando me pedía que no destrozara la imagen de la famosa residencia. Yo no voy a destrozar a su residencia, es la residencia la que me va a destrozar a mí.
Tras dos minutos más de paseo, encuentro al final de la calle lo que aparenta ser una acogedora cafetería. Cuando alcanzo el punto donde se encuentra, no dudo ni por un segundo si entrar o no. Tengo las manos heladas, la chaqueta que he escogido no tiene bolsillos, y sus mangas no son lo suficientemente largas como para esconder mis frágiles manos en ellas. En cuanto pongo un pie sobre el suelo de madera, una ráfaga de aire cálido se cierne sobre mí, envolviéndome en esa masa a la cual no puedo evitar denominar 'felicidad', consigo sentarme en un cómodo sillón de cuero rojo, el cual tiene enfrente una pequeña mesa de madera.
Desde las vistas que me ofrece el cómodo sillón, puedo contemplar el resto de la cafetería, la cual no me he parado a contemplar al entrar. Las paredes son de rayas verticales con colores blancos y rojos. Los muebles son mayoritariamente de madera, y el espacio del recinto no es ni muy grande, ni muy pequeño. Es perfecto. Creo que este será mi pequeño lugar secreto. Cada vez que necesite alejarme del mundo, caminaré hasta aquí, que no está tan lejos como parece de la residencia, y descansaré de la realidad que me encierra.
Un joven camarero se acerca con una sonrisa hasta mí, lleva una pequeña carta entre las manos. Calculo que tendrá unos veinte años, seguramente vaya a la universidad. O quizás prefiere dedicarse a trabajar y llevar un sueldo a casa. Es un chico bajito, guapo, más bien normal, no tiene nada de especial, así que se podría decir que es uno del montón, como yo. Pelo corto oscuro y ojos marrones. Lo que realmente destaca es su amplia y blanca sonrisa, la cual es imposible pasar por alto.
Camarero- ¿Desea tomar algo?
Samantha- ¿Sirven chocolate caliente? Hace un día muy frío.
Camarero- Por supuesto, ahora mismo le traigo una taza. Nada mejor para un día tan inglés como este que un chocolate caliente.
Se retira no sin antes mostrarme de nuevo una amplia sonrisa, la cual, sorprendentemente no parece forzada. Disfruta con su trabajo, se le ve un chico bastante abierto, un relaciones públicas, como lo llamo yo. Me encantaría ser tan abierta como él, pero me resulta remotamente imposible. La confianza tardo en cogerla unos dos años. Parecerá un número muy grande respecto a tiempo, pero es la cruda realidad, lo tengo más que asumido. No hay casos excepcionales, con Liam también me costó.
Más rápido de lo que me esperaba, aparece de nuevo el mismo camarero, con la misma sonrisa irradiante de felicidad, pero esta vez, con una taza blanca de chocolate humeante entre las manos. Desde que le he visto aparecer de detrás del mostrador, he estado disfrutando del aroma a chocolate caliente. Me lo deja sobre la mesa, y veo que ha añadido un par de bombones en el plato. Levanto la mirada con una sonrisa. Estos pequeños detalles me alegran el día.
Aprovecho que estoy relajada para llamar a Johanna, a la cual echo muchísimo de menos. Ya no podré quedar todas esas noches en su casa para ver películas de miedo que realmente no veía, ni para gastarle bromas a su hermano pequeño. Todas esas noches en las que me quedaba a dormir, pero que realmente hacíamos de todo, menos dormir. También extraño las borderías de Ruth, pero lo que realmente extraño, es su espontaneidad. Esa locura que ambas comparten, pero que yo no encierro dentro de mí. Nunca he sido una persona que hace las cosas sin pensarlas. Todo lo que hago, es meditado anteriormente. Odio cometer estúpidos errores por no haberlo pensado antes, hago todos esos procesos por experiencia, es lo mejor que puedo hacer.
Johanna- ¡Sammy!
Samantha- ¡Johanna! No sabes lo muchísimo que te echo de menos, ¿qué tal en Oxford? ¿Has ido ya al comedor de Hogwarts? No hace falta ni que me lo digas, sé que es lo primero que has hecho al llegar.
Johanna es una grandísima fan de los libros y películas de Harry Potter. Recuerdo que para la última entrega me hizo ir con ella. No hay nada de extraño en eso, el único problema fue que me hizo disfrazarme de Ron. Ella se disfrazó de Harry, y como Ruth se negó rotundamente a hacer de Hermione, nos salió un poco mal la estrategia. Yo también soy muy fan de Harry Potter, pero lo que realmente me gustan son los libros. De esos si que me considero la fan número uno, pero de las películas no tanto. Me suele pasar, toda película hecha a partir de un libro, siempre me va a decepcionar. Lo tengo asumido.
Johanna- ¿Tan predecible soy? ¡Es increíble! Es la experiencia más fascinante de mi vida. ¿Y qué tal tú?
Samantha- Aquí, más sola que la una, pero era de esperar. ¿Tienes habitaciones compartidas al final?
Johanna- Sí, al principio pensé que sería un palo, pero luego conocí a mi compañera y descubrí que es una chica super maja que va a mi facultad. Se llama Lauren.
No sé si alegrarme de que haya encontrado una amiga, o entristecerme de que yo no haya podido conseguir el mismo resultado. Sonará egoísta, pero realmente me lo planteo. Mientras que a mí me expulsan completamente de su entorno, ella va haciendo amigos por doquier. Pensé que comenzando en un lugar nuevo, todo iría mejor. Qué equivocada estaba.
El resto de la conversación consiste en una explicación de lo fascinantes que son las tiendas de allí, que no puede aguantar más sin comprar algo. Me lo creo, Johanna no puede ir a un nuevo sitio sin llevarse media mercancía. Es un peligro para la tarjeta de crédito de sus padres, por lo que le han puesto un límite. Debe de estar pasándolo fatal.
Johanna- Bueno Sam, me voy con Lauren a por unas cosas para el cuarto, ¡esta noche te conectas a Twitter y hablamos!
Samantha- De acuerdo. Hasta luego, ¡te quiero!
Colgamos el teléfono a la vez y me lo guardo en el bolsillo de la chaqueta. Me acerco hasta el mostrador, donde el camarero que me ha atendido se encuentra ordenando la caja. Le pido la cuenta y me indica que son tres libras. Las dejo sobre el pequeño plato que me ofrece y me despido de él con un gesto de la mano.
Salgo sonriente del local, y cuando hago ademán de girar la esquina, me topo con un grupo de cuatro chicas de unos catorce años, con gesto enfurecido. Tengo la impresión de que han estado esperando todo el rato hasta que yo cruzara por allí, puesto que ni siquiera se han asombrado de verme, ya venían con el ceño fruncido. Inconscientemente doy un paso atrás, asustada.
X- ¡Liam es nuestro!
Grita una de las cuatro niñas, la más pequeña se acerca hasta a mí para darme una patada en la espinilla. Me duele tanto que no puedo evitar doblarme en dos. Cuando levanto la cabeza para observar a mis agresoras, contemplo que han desaparecido, han huido. Me estremezco al notar el dolor punzante de la zona afectada.
¿Es esto lo que me espera?

4. CRUELDAD.


Samantha- Va a ser un año horrible.
Bajo las escaleras lentamente con aquel pensamiento entre mi trabada memoria, ¿qué puedo hacer? Tengo claro que no se dará por vencida, que continuará haciéndome rabiar hasta que por fin, me rinda. Pero no le pondré las cosas tan sencillas, en bandeja de plata, por supuesto que no. No tengo intención de luchar, por mi propia experiencia he comprobado que resulta en vano, puesto que cuanto más lo intente, más se acrecentará su interés por hacerme caer. La ignorancia es quizás mi único recurso para seguir adelante. Quizás sea una decisión cobarde, pero por mi propia cuenta he descubierto que jamás tendré las de ganar.
Me pregunto por qué se muestra tan poco recíproca hacia mí y a mis deseos de paz y buena convivencia. Apenas me ha dejado presentarme, no se ha molestado ni en conocerme realmente, tiene una imagen precipitada de mí, y no sé a qué viene. Los prejuicios son los aliados de la Sociedad. Sí, anteriormente he tenido una mala imagen de ella nada más verla cruzar la puerta, pero al menos yo estaba en lo cierto. ¿Y si se trata de que en realidad soy una persona odiosa? Aunque no tendría sentido, no me conoce de nada. Estoy confusa.
En cuanto llego al bajo, donde se encuentra la amplia sala común a rebosar de residentes y alumnado, me siento intimidada y en mi garganta comienza a crecer una especie de nudo. Me da fobia la gente, o al menos en grandes cantidades. En el instituto, cada vez que almorzábamos en la cafetería me agobiaba hasta el punto de tener que hacerlo fuera. Me da miedo la gente, y lo peor es que ahora estoy sola. Antes tenía a Johanna, Ruth y Liam. Ahora no tengo nada. Con pensarlo se me revuelve el estómago. Aquello de trabar nuevas amistades no se me hace una idea lo suficientemente realista como para llevarla a cabo. Mi círculo de amigos ha sido siempre de un tamaño minúsculo, lo suficiente. Ahora me veo rodeada de rostros desconocidos que ríen y mantienen conversaciones.
De repente, alguien choca contra mí. Me giro para ver de quién se trata, pero ni siquiera se ha parado a mirar si algo de la montaña de libros que lleva sobre los brazos, ha caído. Me froto con la mano sobre la zona afectada, seguramente mañana tendré un hematoma, soy bastante sensible.
X- Torpe.
Alguien de entre la multitud pronuncia esa única palabra. No me había percatado hasta ahora que toda la sala estaba en perpetuo silencio. Miro todos los pares de ojos que centran su mirada en la mía, inspeccionándome, analizándome. Mi corazón comienza a latir a un ritmo más veloz. Sin poder evitarlo, una imagen sobre una presa se me viene a la cabeza. Una manada de leones hambrientos hallan entre los arbustos un apetecible ciervo. No me gusta que toda esta gente clave su mirada en mí, no me parece el mejor comienzo.
X- ¿A qué esperas? ¡Vete!
Un chico pelirrojo pronuncia esas palabras con ímpetu y de manera despectiva. No comprendo nada, ¿por qué se comportan así? No me conocen, ¿es todo porque soy la novia de Liam? Si es así, no comprendo la complejidad de la mente humana. Que no les guste el grupo no implica nada, es su carrera, no sus relaciones sentimentales. Como continúen mirándome de esa manera, comenzaré a llorar.
Intentando evitar un conflicto verbal, hago caso de las palabras del pelirrojo de voz de pito, y salgo de la sala común, pero también salgo de la residencia. Por el camino no he oído más que insultos, y ante ellos he intentado hacer oídos sordos, pero ha resultado en vano. 'Muérete ya, puta asquerosa', 'Tu novio ha acabado con la música' o 'A saber qué hacen esos cinco gays en los camerinos', han sido los más utilizados. Todas aquellas frases insultantes iban acompañadas de una malvada risa asemejada a la de Danna.
Danna.
Pensar que tengo que volver a mi habitación para ver a ese demonio pelirrojo, me revuelve el estómago. Como continúe con la cantinela de 'Te odio, te ignoro, pero te hago rabiar', prometo que iré al despacho del decano y le suplicaré, si es necesario, que me cambie de compañera. No puedo luchar desde dentro, sé que esta bienvenida no ha sido lo que me esperaba, en realidad no me esperaba nada.
Me siento en las escaleras de la entrada a pensar en lo ocurrido. ¿Toda la residencia está en contra mía? ¿Todos ellos desean mi muerte de forma lenta y dolorosa? ¿Insultan a mi novio y a sus amigos? ¿Se ríen en mi cara por todo aquello? Al pararme a procesar toda la información mis ojos se anegan en lágrimas. En el momento de lo ocurrido me ha pillado tan de sorpresa que no he podido reaccionar de ninguna manera, pero ahora me siento fatal, como si me hubieran clavado una estaca en el pecho allí mismo. Sentirse odiada por todo el mundo, que nadie salga entre la gente para apoyarte, ayudarte, defenderte... Soy un obstáculo para todo el mundo.
Las lágrimas, una vez han empezado a salir, no paran de recorrer mis mejillas. Debería darme vergüenza hincharme a llorar en medio de la calle, mientras la gente que camina tranquilamente se encuentra con una idiota que llora por el odio recibido. No llego a comprender la forma en que se han unido para hacerme sentir horrible, no les he hecho nada, no entiendo a la gente.
De repente un chico se me acerca. Mi primer pensamiento es que viene a reírse de mí, por lo que instintivamente me estremezco, pero no es así. Se acerca con gesto preocupado, y veo que de la mochila azul marino que lleva a la espalda, saca un paquete de pañuelos. Saca uno y me lo ofrece lentamente. He dejado de llorar por un instante, atenta a los gestos del chico que se ha molestado en acercarse a mí para ayudarme, es la primera buena noticia del día. Con el rostro completamente rojo, o al menos eso creo, acepto su obsequio. Le doy las gracias con un tono de voz tan flojo que pienso que ni siquiera me ha escuchado, pero al ver la media sonrisa dibujada en su cara, me doy cuenta de que estaba equivocada.
Es un chico delgado y alto, aunque no mucho. Tiene unos ojos marrones oscuros y una corta melena rubia bastante lacia. No le había visto acercarse, ha aparecido de repente, dispuesto a ayudarme. Cuando decido preguntarle su nombre, mi móvil comienza a vibrar en mi pantalón. Con un gesto de la mano le pido que me disculpe, y el chico sin decir nada, me sonríe y baja las escaleras lentamente para no molestarme, qué encanto. Al mirar el nombre que aparece en la pantalla de mi móvil, soy yo la que sonríe.
Samantha- Te echo de menos.
Liam- Y yo a ti, ayer mismo te tenía entre mis brazos , y eso me duele.
Son las palabras de Liam las que me provocan un pinchazo en el pecho. Siento un enorme vacío que solamente él puede llenar. Es ahora cuando me doy cuenta de lo difícil que es mi vida sin Liam. Que es él mi apoyo, el que me hace seguir adelante. Ahora me hallo completamente sola, sin nadie que me ayude. Me alegra pensar que el chico de los pañuelos me ha ofrecido su ayuda. Me giro para buscarle con la mirada, pero mi corazón se encoge al ver que no hay ni rastro de él.
Liam- Bueno, ¿qué tal en la residencia?
Podría decirle todo lo que ha ocurrido, de todas las desgracias que se me han venido encima con tan solo dar un par de pasos. Podría comenzar a llorar de nuevo haciendo que viniera a por mí y que me llevara lejos, con él. Que me separara de todas aquellas horribles personas que se encuentran en la sala común. Podría decirle la verdad, pero son mis problemas, no los suyos.
Samantha- Perfectamente.

3. MALDAD.


Decano- Señorita Holoway, le presento a su compañera de cuarto, Danna Jones. Estoy seguro de que serán grandes compañeras.
El decano se despide con un gesto de la mano, y cerrando la puerta tras de sí, desaparece. Dirijo de nuevo la mirada hacia a aquella chica de mirada amenazante. Danna. Yo no estoy tan segura como el señor Davies de que nos llevemos tan bien como él dice. ¿No la ve? No me gusta juzgar por el aspecto, pero esta chica me da miedo. Su estilo 'punk' dice muchas cosas sobre ella por adelantado. Tiene mal genio, un orgullo descomunal y poca simpatía residente en su alma. Su bienvenida no ha sido la más deseada, pero me ha extrañado la pedantería que ha utilizado. ¿Lo que le faltaba? No me conoce, no puede saber lo que le espera. Aunque sea yo la de los prejuicios sobre ella.
Samantha- Me llamo Samantha, pero puedes llamarme Sam.
Danna- Sé quien eres. Todo el mundo lo sabe.
Retiro la mano que hace un par de segundos le ofrecía. ¿Todo el mundo lo sabe? Sé que ahora la gente me reconoce como tal, pero nunca me imaginaría que una chica como ella, supiese de la existencia de One Direction, y menos todavía de sus novias.
Se agacha para recoger una camiseta de calaveras desprendida sobre el suelo y contemplo cada uno de sus movimientos, alerta. La manera en que se mueve y desplaza se asemeja a la de una serpiente. En mi cabeza escucho una especie de siseo que realmente no suena en ningún lado. No sé qué hacer, si empezar a deshacer mis maletas, darle conversación o simplemente desaparecer de aquí. La situación se salva en cuanto me suena el móvil. Un mensaje.
<<Johanna- Me parece increíble que haya tenido que enterarme mediante Twitter que mi mejor amiga ha llegado a su nueva ciudad.>>
No puedo evitar sonreír ante el mensaje recientemente recibido por parte de Johanna. La vi justo ayer, cuando nos despedimos. Fue ayer por la noche cuando su avión voló hacia Oxfordshire, dejándome sola con Liam. Nuestra despedida se basó en un llanto continuo colectivo y lleno de abrazos y frases indescifrables. Ruth no estaba con nosotras para despedirse, ya que hace una semana que se fue a Brasil con Erik, a vivir la vida. No hemos perdido el contacto con ella, cada día, en cuanto sale del trabajo nos llama a cada una para contar todo lo sucedido en el día. Prometimos ser amigas para siempre, y lo prometido es deuda.
<<Samantha- Solamente me hago la interesante. Sabes que te quiero.>>
Danna- Te aviso de que aquí, tonterías, las justas.
Me sorprende escuchar la atronadora voz proveniente de una chica de mi edad. Ha sonado como auténtico cantante de heavy metal, me pregunto si se dedicará a ello. Ahora mismo lo que no comprendo es su reacción, ni siquiera le he dicho nada, he permanecido en pie, justo al lado de mi cama, sin molestar. Qué año más duro me espera.
Samantha- ¿A qué te refieres?
Danna- Tú y yo no vamos a ser 'amiguitas' jamás. Ni siquiera vamos a tener contacto, y como me vengas con chiquilladas de: 'Me chivaré a mi novio', te juro que te arreo.
Su imitación sobre mí ha consistido en un chirriante e irritante ruido que me perfora los oídos. ¿Me etiqueta de chivata? No me conoce y ya tiene una imagen de mí completamente errónea. Quizás yo haya hecho lo mismo, pero no puedo evitar sentirme ofendida. ¿Qué le he hecho? He intentado ser amable con ella, pero ha tirado todo mi 'buen rollo' por la ventana de nuestro cuarto. Nuestro. La idea se me hace horrible y vomitiva. ¿Tengo que aguantar todo un curso conviviendo con este mal bicho? ¿En qué momento vio el decano que Danna y yo podríamos congeniar? Quizás se esté riendo de mí, quizás es un mensaje subliminal, pero no alcanzo a entender de qué trata dicho mensaje. Estoy perdiendo facultades.
Samantha- Tranquila.
Asiente convencida ante mi respuesta. Realmente no tengo gana alguna de meterme en líos con ella, al menos por ahora. Prefiero sentirme invisible, no hacerme de notar. Ser un alma en pena que recorre la habitación del baño al escritorio y del escritorio a mi cama. El contacto con Danna será completamente nulo, inexistente. Sé cómo tratar con gente que me odia, tengo una ligera idea y una gran experiencia. Es triste por un lado, pero bueno saber que puedo sobrellevar la situación con mayor facilidad.
Decido comenzar con mi tarea de hacerme invisible. Abro la maleta en silencio, a la vez que contemplo mi zona del cuarto. Cada una tiene su cama, su escritorio, su mesita de noche, un armario y un corcho vacío. Me acerco hasta las puertas de mi armario que se encuentra de cara a mi cama y coloco una mano en la madera clara hasta llegar al pomo de hierro dorado. Inspecciono el interior del armario con mi mirada y calculo las dimensiones mentalmente. No creo que haya ningún problema a la hora de introducir todo mi vestuario. Al girarme a por la pila de camisetas de manga larga que he dejado sobre el colchón sin sábanas, me llevo un susto que me hace pegar un salto y llevarme la mano al pecho. Una música atronadora comienza a retumbar entre las paredes del cuarto. Le lanzo una mirada inquisidora a Danna, que me mira con maldad, la situación le parece realmente cómica. No pienso decirle nada, prefiero dejarle con la miel en los labios, sé que quiere enfadarme. Aguantaré toda la música heavy que se me presente. He aprendido a ser fuerte y no pienso dejar que una minundi me altere.
Guardo toda mi ropa con una media sonrisa en la boca. Mi escasez de reacción parece enfadar a Danna, que aumenta el volumen de su reproductor. En cuestión de minutos entrará alguien pidiendo silencio. O al menos era eso lo que creía. Tras colocar la sábana bajera, la funda de la almohada y el edredón, agarro mi móvil y salgo por la puerta como si la cosa no fuera conmigo. Antes de cerrar de un portazo, escucho la malévola carcajada de Danna.
Debe enterarse de que quien ríe el último, ríe mejor.

2. COMPAÑÍA.


Me siento vigilada por la incesante cantidad de miradas clavadas en mi nuca. Físicamente no se encuentran en el mismo espacio, pero noto cómo me miran. Giro la cabeza en dirección a la puerta para mirar retante a la fotografía que cuelga sobre ella. Quizás no sea la única, pero es la que mayor impresión me transmite. Un total de 16 pares de ojos me inspeccionan de forma tenebrosa. Calculo que tendrá unos veinte años, por la pérdida de color. Contemplo el resto de fotografías conjuntas que decoran el despacho del decano Davies. Cada foto es diferente, pero todas tienen algo en común. Una amplia sonrisa falsa dibujada en cada uno de los rostros de los antiguos residentes. Sino fuera por la cantidad de fotografías, la sala no desprendería esa sensación de poderío. Sería un lugar afable y cálido, por el color rojo de las paredes y el oscuro suelo de madera. Por no hablar de la chimenea pintoresca que le da un punto acogedor al pequeño despacho. Me encuentro sentada en uno de los dos sillones de cuero marrón de enfrente del escritorio del decano. Desde que la secretaria, Doris, me ha indicado que espere aquí dentro hasta que el susodicho regresara de una reunión, mis piernas no han cesado de temblar.
Davies- Siento la espera, el dirigente no me dejaba escapar.
Escucho la voz carraspeante del decano proveniente de la puerta del despacho. Automáticamente me pongo en pie para recibirle, pero me indica que tome asiento. El señor Davies es un hombre de mediana edad que aparenta ser más joven de lo que es. Su pelo bañado del color de la plata no transmite ninguna sensación de vejez, sino de experiencia. Desde el momento en que le vi reconocí en su rostro un ápice de poder, como si hubiera logrado todo lo que quería. Es una sensación extraña.
Decano- Buenos días, señorita Holoway, hacía tiempo que no la veía, ahora nos encontraremos mucho.
De mis labios entreabiertos dejo salir una suave risa de complicidad, intento ser amiga del decano, como siempre he hecho con todos mis profesores. Toda mi vida me han tachado de pelota, pero quería tener asegurado mi puesto de alumna favorita. Ya que no le caía bien a los alumnos, intenté trabar amistad con el profesorado. Ahora más bien, lo que quiero es que me comunique cuál será mi compañera de habitación durante todo el curso. Ese ha sido mi mayor miedo durante este verano, a saber qué elemento me espera para convivir. Nunca he tenido buena suerte, aunque tampoco he creído en ella.
Samantha- Eso parece ser. Doris me ha dicho que ya podría instalarme en mi cuarto.
Decano- Y no se equivoca, pero antes quería mantener una conversación con usted, si no le importa.
Samantha- Claro que no, adelante.
Me pregunto si seré la única residente a la que habrá citado. Normalmente los decanos esperan en la puerta de entrada para recibir a los nuevos alumnos. ¿Qué tengo yo de especial? Espero que no se trate de nada malo, una mancha en mi expediente sería lo último que me faltaría. Quizás es para hablar sobre mi nueva compañera, quizás tras todas mis súplicas me deje examinar sus biografías hasta dar con la indicada. La idea me hace sonreír, pero tras escuchar las palabras del decano, veo que no tiene nada que ver.
Decano- No nos gustaría tener problemas por su relación con el señor Liam Payne. Ya nos han alertado sobre la 'bienvenida' que los periodistas le han dado. Lo primordial es que usted pueda llevar una vida normal con sus estudios, solamente le pido que lleve cuidado. Su reputación y la nuestra están en juego.
Con que el decano Davies oculta una faceta de perfeccionista, como yo. No se preocupa principalmente en mí, como dice, sino más bien se preocupa de la imagen de la residencia. Intento aguantarme la risa, porque la situación me resulta cómica. Llevo dos meses conviviendo con lo de ser conocida, en ningún momento he dejado de ser como soy, es decir, invisible. No salgo de fiesta, ni siquiera salgo mucho de mi casa. El decano no me conoce en absoluto, tiene en mente la pura imagen adolescente. Por eso odio los estereotipos.
Samantha- No se preocupe, será como si no existiera.
Digamos que es como mi pequeño chiste privado. Lo de no existir ha formado parte de mí prácticamente desde que nací. Desde que tengo uso de razón he sido apartada de la sociedad sin razón alguna. Mi timidez y mi diferencia de gustos respecto a los demás niños, me expulsaron de lo que todo niño debería vivir. Realmente, mi vida no comenzó hasta que cumplí los cuatro años. Esa etapa de mi vida en la que alguien encendió mi mundo. Ese es Liam. Me apoyó hasta el día de hoy, y solamente hay que vernos.
El decano me pide que me ponga en pie, y con una sonrisa asemejada a la de los anuncios de pasta de dientes, blanca como la nieve, me invita a conocer mi nuevo cuarto. La presión de tener que compartir espacio vital con una persona completamente desconocida, no me atrae de ninguna de las maneras. Me conduce hasta recepción, donde una amplia y larga escalera de caracol, sube hasta las habitaciones. La planta baja es un lugar precioso. Unas paredes de un tono azul levemete oscuro decora las paredes, y el suelo de mármol moteado, le da un toque lujoso. En cuanto cruzas la puerta principal, a la derecha se sitúa la mesa de Doris, y enfrente de la entrada, el despacho del decano. Tras pasar por un amplio y corto pasillo, a la izquierda se encuentra el comedor común, a la derecha los aseos comunes, y en el centro, cómo no, la sala común, en la cual se encuentran una decena de estanterías repletas de libros que me serán útiles, una zona en la que poder conectarte a Internet, y otra en la que poder jugar al ping-pong o al billar. Una amplia tele de pantalla plana, invade la habitación con un alargado sofá en el que caben quince personas. Es un lugar increíble al que seguramente me costará habituarme. Mi pequeña casa no es comparable a esta inmensa mansión.
En la zona común, ya se encuentran grupos de amigos charlando, jugando y viendo la tele. Se conocen, menuda suerte. El decano me indica que suba las escaleras hasta que llegamos a la primera planta. La residencia consiste en un edificio de tres plantas, y doy gracias por no tener que subir y bajar tantas escaleras. Me guía por un largo pasillo repleto de puertas blancas con un número en una placa dorada. La moqueta azul marino amortigua nuestras pisadas, por lo que es una zona muy silenciosa. Tras girar una curva, me hace parar frente a una puerta. La número 23.
El decano me entrega un llavero en el cual cuelgan dos pequeñas llaves. Me pregunto para qué servirá la otra. Agarro con seguridad la llave del cuarto, y con una mezcla de miedo y entusiasmo, abro la puerta. Lo primero que ven mis ojos es un enorme ventanal que da paso a las maravillosas vistas de la ciudad. A continuación miro la amplia habitación en la que hay dos camas, una en cada pared, paralelas. Las paredes verdes me recuerdan a las de mi habitación, eso me ayudará a no deshacerme del recuerdo de mi casa. Camino por el suelo de madera y dejo las maletas sobre la cama vacía, puesto que la otra ya está ocupada por un montón de mochilas y maletas. Mi compañera ya está aquí.
De pronto escucho el ruido de un grifo, giro la cabeza y veo que proviene del cuarto de baño. De repente suena un escupitajo y el sonido del agua, cesa. La puerta del baño se abre bruscamente para dar lugar a una chica de mi edad, pero totalmente diferente a mí. Unos ojos azules impactantes bordeados de lápiz negro, con un ligero toque de sombra de color también negro. El pelo liso, rojo con raíces oscuras y corto que lleva a la altura de lo hombros. Un pearcing en la nariz como el que suelen llevar algunos toros, pero invertido. Su estilo completamente diferente al mío, que es sencillo y cómodo. Es un estilo estridente que llama la atención, con una camiseta de tirantes blanca ancha en la cual hay dibujada una cruz negra y unos pantalones estampados largos. Tras inspeccionarme con la mirada, decide dirigir aquellos fuertes ojos azules a mis tímidos ojos marrones verdosos.
X- Lo que me faltaba.

1. AJENO.


La pérdida ahora es más dura que en ningún otro momento. Incluso superior a la posible pérdida de mi vida, porque por mucho que se tema a la muerte, la vida es todavía más terrorífica. ¿La razón? Morimos, simplemente morimos, pero la vida encierra muchos sufrimientos a los cuales te debes enfrentar, por lo que la muerte es la solución de los débiles. En efecto, una mala solución. Por mucho dolor que contenga nuestro día a día, nuestra vida es un regalo. Un regalo que no debemos rechazar. Gente que nace y no tiene la oportunidad de vivir, porque a los pocos días muere por cualquier clase de enfermedad congénita. Por ellos debemos exprimir cada gota, cada momento, cada pequeño detalle, para darle un sentido a todo lo que nos rodea. Quedarnos de brazos cruzados, nunca ayudará.
Después de dos meses maravillosos, los mejores de mi vida para ser exactos, vuelvo a aquella época en la que todo se pintaba de color negro. La única diferencia es que ésta vez vuelve con más fuerza. Donde antes había amistad, ahora hay amor, donde antes habían risas, ahora hay lágrimas. Nunca fui tan consciente de lo dolorosa que es la distancia, hasta este momento, y eso que hace unas horas estaba justo a mi lado. El trayecto ha sido forzoso, doloroso y anegado de lágrimas. Porque no hacía otra cosa que llorar, mi acompañante me miraba extrañado, un hombre de unos treinta años que amablemente, me ofreció un pañuelo que no pude rechazar. A partir de ahí me calmé y comencé a pensar. ¿Qué haría yo ahora? Concentrarme va a ser difícil, y la universidad no es lo que se dice la cosa más sencilla de mundo, y menos una carrera de medicina, que tiene bastante tela.
Ahora mismo me encuentro agarrando mis maletas, con una mochila en la espalda y completamente helada de frío. Estoy en la acera de enfrente de la estación, esperando a mi taxi. Llevo unos cinco minutos, y ni rastro de él. Mi cálido chaquetón no es capaz de guardar todo el calor que debería para sentirme una persona humana. Tirito a la vez que giro la cabeza en dirección izquierda, en busca de algún tipo de vehículo oficial. Mientras tanto consigo las fuerzas necesarias de coger el móvil y escribirle un mensaje a Liam.
<<Samantha- Ya estoy aquí, te echo de menos.>>
Ni me molesto en guardarlo de nuevo en el bolsillo, porque sé que Liam es un rápido receptor y más todavía emisor. En cuanto puse un pie en las escaleras le dije que le llamaría en cuanto llegase, pero tengo los labios congelados y me vería incapacitada para hablar. Quién diría que llevo toda mi vida viviendo en el Reino Unido, parezco una turista.
Después de tres minutos de reloj, por el horizonte se acerca un taxi, rezo para que sea el mío, y efectivamente, lo es. El taxista sale alegremente del vehículo dándome los buenos días y me ayuda a guardar las maletas en el maletero. Le doy las gracias con una sonrisa y de repente todo ocurre muy rápido. Un montón de flashes se precipitan sobre mí. Una masa incalculable de gente se lanza sobre mi persona y me obliga a echarme a atrás. Tan rápido como puedo me adentro en los asientos traseros del coche y noto cómo el móvil vibra en mi mano. Liam. Miro asustada a los periodistas que chocan contra el cristal y contemplo cómo el taxista les pide que se aparten. Después de unas cuantas amenazas, se rinden ante él. Suelto un largo suspiro y abro el mensaje recibido.
<<Liam- Estaré contigo más pronto de lo que piensas, te lo prometo.>>
Su respuesta me obliga a esbozar una sonrisa. No puedo pedir nada más, tengo a un chico maravilloso que me quiere y que mataría por estar conmigo. Y yo no haría menos, ahora mismo haría todo lo que estuviera en mi mano para estar con él. Hace un mes me propuso la idea de que les acompañase durante la gira, pero automáticamente descartó esa temeraria idea. Yo me negué rotundamente, como era de esperar. Porque por mucho que quiera estar a su lado, necesito estudiar, no puedo vivir de Liam, tengo que sacar mis propios medios y cumplir la promesa que le hice a mi abuelo Carl.
Mi salvador, el taxista, se sienta en el asiento de piloto y cierra la puerta al instante para evitar que entre más frío. Enciende la calefacción y antes de arrancar el coche, me mira extrañado. Es comprensible, yo tampoco estoy acostumbrada a ser una persona conocida. Siempre he sido invisible, pero ahora todo el mundo conoce mi nombre y mi historia. Más bien soy la novia de Liam Payne.
Taxista- ¿Puedo preguntar qué acaba de ocurrir?
Samantha- Es una larga historia, señor. Dejémoslo en que tengo un poco de fama por estos lares.
El viejo hombre suelta una carcajada con su voz raspada. Me recuerda mucho a la de mi padre cuando está constipado. Echo de menos a mis padres. Nunca he salido de casa para no volver, y se me hace extraña la idea de que ahora sea la pura realidad. ¿Qué pinto yo en una gran ciudad como es la de Cambridge? Me siento como una hormiga a la que pueden pisotear cuando le plazcan.
Le indico al taxista que me lleve hasta la residencia West Road. Está justo al lado de la universidad y a diez minutos del centro de la ciudad. Es perfecta, porque ofrecen un servicio de comedor, y no me veo obligada a sobrevivir con mis recetas. Tampoco tendré tiempo, prefiero emplearlo en estudiar. ¿La pega? Habitaciones compartidas. No soy una persona a la que le guste vivir en convivencia, pero no puedo negarme. Tendré que soportar al engendro que me planten al lado, seré capaz, supongo.
Después de quince minutos, el taxista aparca frente al edificio más increíble que he visto en mi vida. Ya lo había visitado antes, pero no puedo evitar asombrarme cada vez que lo veo. Bajo del coche con la boca entreabierta y saco mis maletas del maletero. Le pago lo indicado en el contador al taxista, que se despide con una sonrisa. Me quedo anonadada ante las vistas que estoy contemplando. Es algo ajeno, superior a lo que tengo costumbre a presenciar. La gente se acomoda en sus habitaciones, alegres, haciendo amigos.
Empiezo de cero.

sábado, 5 de enero de 2013

PRÓLOGO. [2ª temporada]

Creces, maduras, experimentas y vives. Ese es el regalo que nos aporta este mundo, la vida. Algunos la aprecian, otros la rechazan, pero ninguno la vive con todas las ganas que se deberían emplear. Todo aquello que conocías o creías conocer, cambia. Las personas que te rodean y te quieren, son reemplazadas por las cuales obtienes sentimientos contradictorios. No siempre los cambios son buenos, en ellos es cuando demostramos lo fuertes o débiles que podemos llegar a ser. La fuerza de las palabras sucumbe sobre nosotros, amenazando sobre nuestra forma de vida, gustos e ideales. El qué dirán afecta, el qué dirán, duele. Complejo es el pensamiento humano, solemos decir muchas cosas, pero ejercer pocas y meditar ninguna. Podemos sentirnos débiles respecto a la opinión recibida por parte de un desconocido, porque todo nos duele. Por muy fuerte que seas, una crítica destructiva te hará pensar más que una constructiva. Aquellas personas que te ayudan a levantarte, y aquellas personas que te ayudan a caer. No soy aquella chica tímida que sufrió. Soy aquella chica que salió adelante, pero que ahora vuelve a caer.

EPÍLOGO.


Miro mi bonito reloj marrón de muñeca. En él marcan las 07:50. Quedan dos minutos para que el tren salga de la estación y me lleve lejos de aquí, para llevarme a Cambridge. Comenzar una nueva etapa en mi vida. Cumplir mi sueño de salvar vidas, claro está, alejándome de las personas que quiero. Mis familia, mis amigas, y sobre todo de aquel chico que me coge de la mano y que meses después, me resulta extraño el que seamos una pareja. Desde aquel día en el que nuestro sentimientos salieron a la luz, mi mundo dio un giro de 180 º. La experiencia de tener a alguien a tu lado, que te demuestre todo su apoyo y amor, es algo que realmente, no tiene precio. Como era de esperar, nuestra relación se hizo pública, ahora soy conocida como la novia de Liam Payne. Muchas chicas lo aceptan, pero algunas incluso llegan a desearme la muerte, pero ninguna hará que deje de sentir aquello que me invade cuando estoy con él. Soy más fuerte que todo eso, por primera vez en mi vida. En cierto modo estábamos predestinados, en el fondo siempre pensé que algún día nos encontraríamos en esta situación, aunque no en esta exactamente, porque en unos cinco minutos, mi tren saldrá de la estación, y yo tendré que separarme de él. Será muy duro, puesto que él comenzará con la promoción de Take me home muy pronto, y quizás no nos podamos ver en mucho tiempo. No sé cómo sobrellevaré la situación.
Liam- Es la hora.
Samantha- Es la hora.
El vigilante del tren indica que el vehículo se pondrá en marcha en escasos minutos, por lo que me encierro entre los brazos de Liam y escondo la cabeza en su cuello. Antes de separarnos nos fundimos en un profundo beso, lleno de dolor. Me van a quitar a lo que más quiero, y no me parece justo. No quiero que los brazos que en este mismo instante me envuelven, desaparezcan. Mis sueños se rompen en añicos en cuanto se cuela un espacio entre nosotros.
Samantha- No quiero irme.
Liam- Eh, Sam, mírame. No estés triste, te echaré muchísimo de menos, pero recuerda que esto ya no es un juego. Te quiero.
Me besa de nuevo, y entonces nos separamos de verdad. En cuanto pongo un pie en el escalón del vagón, siento como si dejara toda mi vida con aquel chico que me enseñó a amar por primera vez.
Me llamo Samantha Anne Holoway. Tengo 18 años y mi sueño está a punto de cumplirse, pero mi vida dio un vuelco al experimentar aquello a lo que denominan amor. Sufro, vivo, y siento, y jamás cambiaría esa sensación. No es fácil, nada es fácil, pero nadie dijo que lo fuera.

68. INCOMPLETO.


Extiendo con pereza y pesadez las piernas que acaban de despertar de un dulce sueño. Apoyo los pies sobre el frío suelo de madera y tanteo con los pies en busca de mis mullidas zapatillas. En escasos segundos siento el tacto de la tela en la punta de mis dedos. Se han escondido bajo la cama. Me doblo sobre mí misma para poder alcanzar desde la cama mis zapatillas. Cuando consigo sacarlas de aquel mar oscuro, dejo escapar un suspiro de esfuerzo. Eso de hacer gimnasia de buena mañana, es ajeno a mí.
Subo a duras penas, con mi escasa fuerza mañanera, la dura persiana que me impide apreciar la luz del día. En cuanto alcanza una altura aceptable para iluminar mi campo de visión, me giro para encerrarme en el baño donde comienzo con mi habitual alisamiento. De pronto rememoro la conversación de ayer con Liam. Nos sinceramos de una manera absoluta. En cuanto confirmé aquello que mis labios pronunciaron cuando yacía en la cama del hospital, no dejamos de hablar de otra cosa. Comenzó a decirme que la fama le impedía hacer determinadas cosas, pero no se arrepiente de estar donde está. Su experiencia es para algunos algo inimaginable. Yo le he confesado que no podría ser famosa. La presión de la fama sería superior a mí. No podría aguantar las criticas. Tanto buenas, como malas. Siempre que me hacen cumplidos, lo asocio con las mentiras. Prefiero que no me digan nada. Y críticas malas, ya me hacen caer como una pluma. No soy esa clase de personas a las que no le importa la opinión de los demás. Instintivamente, lo que hago yo es intentar agradar a la gente, y así no he conseguido agradar a nadie. La primera persona que debe estar a gusto soy yo.
Regreso a mi habitación con mi pelo recién peinado y rebusco entre mi armario para dar con algo que me pueda poner. Hoy hace mucho calor, el día es soleado, algo extraño aquí, en el Reino Unido, por lo que hay que aprovecharlo. Saco del cajón unos pantalones vaqueros oscuros y una camiseta blanca con un estampado de diversos colores. Algo alegre, acorde con un buen día. Bajo las escaleras y en la mesa del salón me encuentro con uno de los típicos post-it's de mis padres. "Hemos ido a desayunar con unos amigos, volveremos antes de comer, te queremos". Paso de largo por el estrecho y corto pasillo que lleva hasta la cocina y me preparo un vaso de leche con galletas. En cuanto me termino el desayuno y salgo de la cocina, escucho un sonido. ¿Música, quizás? Agudizo el oído, y, efectivamente, es música proveniente del piso de arriba. Mi móvil. Subo las escaleras con toda la rapidez que mis piernas me lo permiten. Cuando pienso que llego tarde, consigo alcanzar mi móvil y descolgarlo.
Samantha- ¿Sí?
Johanna- ¡Sal por la puerta, ahora!
Finaliza con la llamada sin darme ni un segundo para preguntarle sus motivos. ¿Salir de casa, ahora? Sé que Johanna es más madrugadora que yo, pero no solemos emplear ese tiempo para vernos. Normalmente es por la tarde, o a mediodía. Me guardo el móvil y las llaves en el bolsillo del pantalón vaquero y me pongo las converse. Me gusta ir descalza por casa, sobre todo cuando no hay nadie. Es una especie de liberación.
Bajo las escaleras y cuando llego abajo, agarro el pomo con miedo de lo que me pueda esperar tras esa puerta. La insistencia de sus palabras me hace temer lo que suceda a continuación. Para no hacerlo más duro, abro la puerta de golpe y me encuentro con Ruth y Johanna, sentadas en el bonito coche de Johanna. Me acerco hasta ellas, que me indican que me siente detrás y yo obedezco a sus órdenes. Abro la puerta, me siento detrás del copiloto, que en este caso es Ruth, y me abrocho el cinturón.
Samantha- Estaría bien si me lo explicarais.
Ruth- ¡Es una sorpresa! Y no hagas preguntas, porque no te vamos a contestar.
Cruzo los brazos en señal de resignación y me tomo al pie de la letra las palabras de Ruth y no pronuncio palabra durante todo el recorrido. Ellas ríen, conversan, y cantan las canciones que suenan en la radio. A mi no me hace gracia. Me raptan y no me dicen adónde me van a llevar. Deberían de saber a estas alturas que odio este tipo de cosas, quizás simplemente lo hayan hecho para chinchar. Después de unos diez largos minutos de viaje, contemplo cómo nos acercamos a la costa. ¿Me están llevando a la playa? Ni si quiera llevo bikini, deberían haberme avisado. Después de tres minutos, Johanna aparca el coche y todas bajamos. Me miran expectantes a la espera de que diga algo, pero no tengo ni idea de qué hablar en este contexto de situación.
Johanna- Lo siento, Sam, pero te tenemos que tapar los ojos.
Samantha- ¿Qué? ¿Taparme los ojos por qué?
Ruth me manda a callar mientras Johanna cubre los ojos con las manos. Nublan mi campo de visión al completo y me siento aturdida ante la pérdida de la vista. Intento alcanzar con las manos el brazo de Ruth, el cual tras un par de intentos fallidos, consigo agarrar. Me coge de la mano para guiarme, y en silencio escucho sus órdenes para no tropezar y caer. Después de dar varias zancadas con algún que otro tropiezo, llegamos a la arena. Me hundo en ella y comienzo a andar rápido. De pronto siento cómo ambas paran y Johanna me quita las manos de la cara. Giro la cabeza para ver dónde se sitúan, pero solo las veo corriendo, alejándose de mí. ¿Pero qué sucede aquí? Lo comprendo todo en cuanto contemplo lo que mis ojos tienen delante.
Samantha- Dios mío...
Liam- Feliz no-cumpleaños.
Es una encerrona. Mis amigas me han traído hasta Liam, en la playa. El cual me recibe con una manta de picnic, igual a la que usamos días anteriores, pero en ella hay muchas cosas. Hay chuches, muchas chuches para mí. Refrescos, algo para picar y en medio de todo el barullo, una gran tarta de chocolate, fresas y nata. Liam estaba hace unos segundos de rodillas junto a la tarta. Pero ahora se encuentra de pie, enfrente de mí con los brazos abiertos. No entiendo nada de nada. ¿Qué quiere decir esto? ¿Es parte del juego? ¿Una tarta? ¿Es una guitarra eso que veo tras las millones de bolsas de chuches? Creo que sí. Acepto su abrazo, todavía confusa ante la situación, puesto que se torna muy extraña para mí. No entiendo nada, aun así, acepto la bolsas de ositos de gominola que me ofrece. Ambos nos sentamos en un pequeño hueco de la manta de picnic y comienza a hablar.
Samantha- ¿Qué quieres decir?
Liam- Una de las cosas de las que más me arrepiento es de no haber pasado tu 18 cumpleaños contigo. Ni siquiera te felicité por una llamada, ni por un mensaje. Todo por culpa de mi estúpido plan. Desde los 13 años estamos diciendo que en el día en que cumplieras 18 años, vendríamos a la playa y nos comeríamos entre los dos una tarta de chocolate, fresas y nata. Sam, siento haber llegado tarde. De verdad que lo siento. Felicidades.
No puedo hacer otra cosa que llorar y abrazarle. Me ha demostrado ser la persona más importante de mi vida con esta clase de cosas. Todo su arrepentimiento me hace ver cómo le duele todo aquello que hizo. Las malas decisiones le hicieron perder cosas, pero yo hice bien en aceptar sus disculpas, porque si no, ahora mismo esto no estaría sucediendo. Nuestras decisiones percuten especialmente sobre nuestro destino. Siempre hay momentos buenos y momentos malos, y la forma en que reaccionemos ante ellos, nos llevará a un lugar o a otro.
Por fin me separo de él y me seco las lágrimas que cae por mis mejillas con el dorso de la mano. Liam me regala una media sonrisa que me anima a parar con mi llanto. Saca un plato de entre el gran cúmulo de comida y utensilios y nos corta un trozo de tarta a cada uno. Me entrega el plato junto a un tenedor y comienzo a degustar entre lengua y paladar el dulce sabor de la mezcla del chocolate, la nata y las fresas. Está realmente buena. Nos terminamos cada uno su porción y sin razón, comienzo a hacer un castillo de arena. Liam se une y con un vaso de plástico trae agua. Al cabo de un rato, toda la arena y agua acumulada, acaba entre nuestra ropa. Saca unas servilletas y con ellas intentamos deshacernos del barro que ha formado nuestro mezclijo.
Samantha- Por cierto, ¿y esa guitarra?
Liam- ¿Qué guitarra? ¡Ah! Durante el Tour, Niall me enseñó a tocar un poco la guitarra. No se me da nada bien, pero me gustaría cantarte algo.
Me siento de nuevo sobre la manta, dejando un pequeño rastro de arena, y contemplo cómo agarra la guitarra por el mástil y se la cuelga por detrás. Observo cómo sus manos tiemblan, le da vergüenza. Pero en cambio puede cantar delante de millones de chicas. Es irónico y contradictorio. Al final retoma la compostura y comienza a tocar acordes. Sumida ante el sonido realizado por el instrumento y sus manos, comienza a entonar una canción. Hasta el momento no había conseguido escuchar tan cercanamente su voz, es profunda, sentimental y preciosa. Me late el corazón a mil, y está a punto de explotar. De repente siento algo extraño, la canción que canta me resulta familiar. Creo que la conozco. ¿La conozco? Escucho varias frases más y abro los ojos de par en par, el corazón se me para y dejo de respirar por unos segundos.
Moments.
Liam. Liam James Payne escribió esa canción para mí. Hace mucho tiempo, en El Claro del Tocón. Me emocioné tanto que comencé a llorar, y recientemente soñé con ese momento. He pasado dos años horrible, sintiéndome abandonada y traicionada. Me dejó de lado, o eso pensé, pero después de dos años me confesó que fue por una estúpida idea. Conozco a Liam desde los 4 años. Ambos nos defendimos, fue por supervivencia por lo que ahora estamos juntos. Hemos asistido a todos los bailes del colegio juntos. Me salvó la vida cuando estábamos jugando en el parque al fútbol y un niño me lanzó una pelota contra el pecho y me dejó inconsciente. Liam fue aquel chico al que yo apoyé a cumplir su sueño, y más tarde, en cierto modo, me arrepentí. Pero ahora le tengo aquí, a él y a todos nuestros recuerdos, juntos. La noche del accidente. Íbamos en el coche, me extrañó que parase en medio de la carretera para contarme algo, recuerdo por donde iba su confesión. Liam James Payne Smith. Aquel chico del que llevo enamorada desde que le escuché cantar por primera vez.
Al ver mi cara de sorpresa y agitación, deja de cantar y tocar. Se acerca a mí con gesto preocupado. No tengo ni idea de cómo contarle que le recuerdo. De decirle que ya no tenemos que continuar con el juego, que los '10 días', han funcionado. Me ha ayudado a recordar, y las palabras no me salen. Estoy perpleja y llena de emoción y alegría. ¿Cómo reaccionará?
Samantha- Liam, tengo que decirte algo...
Liam- Estoy cansado de hablar.
Y acto seguido, ante la corta frase que me ha descolocado por completo, siento cómo sus labios presionan los míos de la forma más dulce que jamás me podría haber imaginado. No sé qué hacer ni cómo hacerlo, pero todas mis preocupaciones desaparecen cuando todo surge instintivamente. Le acaricio el pelo y me agarro a su cuello. Este momento me resulta por una parte, ajeno, pero por otra parte, como algo que llevo esperando desde hace mucho, y por fin, ha sucedido. Y no es nuestro primero beso, pero si nuestro primer beso de verdad. Mis dudas de si me quería o no, han sido mitigadas por la verdad. Por fin obtengo una respuesta convincente. Sin dudas. La completa verdad. Se separa de mí unos escasos centímetros para poder mirarme, darme un pequeño beso en la mejilla, y sonreír. Yo también sonrío. Es el mejor día de mi vida.
Liam- Te quiero.