sábado, 5 de enero de 2013

54. FIESTA.


Andamos por la oscura calle una al lado de la otra. No suele haber mucha gente circulando por las calles de Wolverhampton, por lo que mi reacción le extraña a Ruth, que me mira cual loca. Contemplo a cada persona que transita por la calle. Identificándolos y etiquetándolos inconscientemente en mi cabeza. No suelo tratar con la oscuridad. La noche yo la suelo utilizar para dormir. Y mientras yo duermo, la gente se lo suele pasar bien. Me siento incómoda al pertenecer a ese campo. La noche y yo. Pertenezco a la luz de la noche. Irónico. Quién diría que Samantha Anne Holoway anduviese a altas horas de la noche por las calles de Wolverhampton. La verdad es que siento en parte un poco de miedo. Miedo a lo que pueda suceder. Solo he salido una vez tan tarde, y fue hace unos meses en mi fiesta de graduación. Donde, por supuesto, me fuí la primera. La gente empezó a ponerse contentilla y yo no aguanto esas situaciones.
Samantha- Ruth, ¿adónde vamos?
Lo guarda como un secreto. No me ha querido dar ninguna pista desde que hemos salido de casa. Cada vez me resulta más incómodo el vestuario que llevo. Las lentejuelas me pican y los zapatos me dan calor. Por no hablar del sombrero, que tengo que estar presionándolo contra la cabeza para que no se vaya volando. El maquillaje me molesta. Continuamente estoy mordiéndome el labio inferior, por lo que aún sin mirarme sé que mi dentadura está llena de color rojo. Me paso el dedo por la fila superior de dientes para evitar la vergüenza.
Ruth- ¡A disfrutar!
Me coge de la mano, feliz y sonriente, y me lleva consigo por una calle desconocida para mí en la que hay un buen ambiente. Suena la música por todas partes y la gente ocupa cada rincón. Mires por donde mires hay personas. ¿Cuánta gente puede haber aquí? No estoy segura, pero calculo que unas 80 personas hay. Cada segundo que pasa me arrepiento de mi decisión. Me estoy dando cuenta de que me proponga lo que me proponga, nunca voy a cambiar. Lo de la nueva Sam es un cuento chino. Soy como soy y no puedo cambiar. Y cada vez me encuentro más incómoda rodeada de toda ésta gente. En el portal de una casa, sentado, me sonríe un hombre al que le falta más de la mitad de los dientes. Escucho su risa ronca a la vez que extiende una mano en la que lleva un cigarrillo. Me dan muy mala espina los vagabundos.
Vagabundo- ¿Quieres uno, preciosidad?
Rehuyo la mirada del viejo hombre. No quiero tener ninguna clase de contacto con él. Me agazapo al brazo de Ruth, que me coge la mano con fuerza. Me siento como una niña pequeña. Quiero irme a casa. No me gusta este sitio. Una especie de ronroneo de impotencia se escapa de mi garganta. Ruth me mira poniendo los ojos en blanco y me hace adentrarme a un local en el que afirma con luces de neón que se llama 'El Paraíso'. Realmente, no me convence. Asomo la cabeza para ver qué panorama me espera dentro, y lo primero que veo es a dos chicos. Mayores que yo. Pegándose un cabezazo y riendo a carcajada limpia. Si esto es el paraíso que venga Dios y lo vea.
Ruth ya ha desaparecido por detrás de la puerta, por lo que no dudo ni un instante en quedarme fuera. No quiero que el vagabundo venga a presentarse. Me rasco la mejilla y me miro la mano. Me estoy quitando el maquillaje. Mejor. Cierro la puerta detrás de mí e inspecciono el local con la mirada. Es un antro no de mucho metros cuadrados en el que la gente baila demasiado junta. Hay espacio de sobra para todos. Diviso a Ruth sentada en la barra charlando animadamente con una chica de nuestra edad. Creo que sé quién es.
Ruth- Eh, Sam, ¿te acuerdas de Nicole? Iba a nuestra clase cuando teníamos 15 años.
Nicole Picket. Como para no acordarme de ella. La conozco ante que Johanna y Ruth. Fue una de mis torturadoras allá cuando tenía 5 años o menos. Quizás de las primeras que decidió que yo no era como los demás. Todo lo que he vivido ha sido en parte su culpa. Me aguanto las ganas de escupirle en la cara cuando me da dos besos en las mejillas. A eso lo llamo yo falsedad.
Nicole- ¡Vaya, Sam! Nunca te había visto por aquí. Escuché lo de tu accidente. Probecita.
¿Pobrecita? Ahora soy la víctima, ¿no? Si tuviera algo de valor, podría darle un bofetón en toda la cara en este mismo instante. Nada más con ver su sonrisa de falsa alegría, no puedo evitar cerrar los puños hasta clavarme las uñas en la palma de las manos. Continúa hablando un rato con Ruth, hasta que decide irse con la excusa de que la esperan. Ruth se ríe al ver mi cara de indignación. Debería de saber que me cae mal. ¿Cómo me ha hecho acercarme y saludarla?
Samantha- No sé cómo me has podido traer aquí. Te lo voy a recordar toda tu vida.
Ruth- Seguro que me darás las gracias. Venga, te invito a algo, ¿qué quieres?
Samantha- Irme.
Vuelve a poner los ojos en blanco. Exasperada. Pero es que no aguanto más ni un segundo aquí. La música me va a explotar los tímpanos, y tengo que hablar a gritos con ella para que me entienda.
Ruth- ¿Quieres algo o no?
Samantha- Una Coca Cola.
Ruth alza a mano para llamar la atención del camarero que la atiende al instante. Pide una Coca Cola y una bebida de la cual desconozco el nombre porque no lo he logrado entender. No llevo ni 15 minutos y ya me duele la cabeza por la música. El camarero nos sirve las bebidas y yo examino la mía con una mueca. ¿Y si me han echado algo? En estos sitios suelen hacer esas cosas. ¿Y si mañana me despierto en una bañera vacía sin un pulmón? Vacilo un rato más hasta que le doy el primer trago. No sabe extraña ni nada por el estilo. A saber. Contemplo cómo Ruth se bebe de un trago ese brebaje de un color que me recuerda a la orina y a continuación se pide otro. Yo agarro la Coca Cola con ambas manos.
Después de 5 ó 6 copas, ya he perdido la cuenta, Ruth empieza a ponerse contentilla. Más bien feliz. Le ha entrado un hipo extraño que le provoca risas. Se mueve de un lado a otro al son de la música. Cuando levanta los brazos se cae del taburete al suelo y comienza a reírse como una loca. Un chico de unos 17 años la ayuda a levantarse.
Ruth- Gracias, guapo.
Samantha- Ruth, estás borracha.
Ruth- ¿Yo? Qué va...
Vuelve a hipar y el sonido le hace reír como una loca. Me coge de la mano y me lleva a la pista de baile. Yo intento resistirme, pero Ruth es más fuerte que yo, y al final lo consigue. Mueve los brazos como si estuviera a punto de echar a volar y de repente comienza a dar saltos. La verdad es que me hacen gracia esos extrovertidos movimientos. Pero yo no pienso seguirle la corriente. Quiero salir de aquí ahora mismo. Cruzo los brazos en señal de desaprobación.
Ruth- ¡Vamos, Sammy, diviértete como todo el mundo!
Miro a mi alrededor. Toda la gente que me da codazos. Me toca la espalda y el pelo inconscientemente me repugna. Todos los aquí presentes me dan todavía más deseos de abandonar este sitio de una vez. No aguanto ver a gente bebiendo hasta vomitar, consumiendo sustancias que prefiero desconocer y haciendo el burro por doquier.
Por la puerta aparece alguien que me llama la atención. Alguien conocido. Levanta la cabeza con la mirada perdida. En busca de alguien. Es Erik. Está buscando a Ruth. Hace que la gente se aparte. Su gesto imponente hace que respondan automáticamente. Llega hasta donde nos encontramos y coge a Ruth por la cintura para que la mire a los ojos.
Erik- Lo siento. Perdóname, he sido un borde.
Ruth- Yo también lo siento, cariño. Tenía miedo.
Por muy borracha que esté, ha contestado a aquello con total cordura. Le pasa los brazos por el cuello y juntan sus labios creando un momento especial. De reconciliación. Me siento incómoda mirando como se reparten amor, por lo que me giro para evitar mirarles. Un chico más borracho que Ruth se acerca y me pide un baile. Le aparto el brazo que me ofrece con un manotazo y me doy la vuelta para decirle a Ruth que si nos podemos ir ya. Cual es mi sorpresa que no veo a Ruth por ninguna parte. La masa de gente me ha privado de la vista. Como soy bajita no puedo mirar por encima de las cabezas, como había hecho antes Erik. El miedo empieza a recorrer todo mi ser y comienzo a ponerme nerviosa. Intento esquivar todos los cuerpos que me obstaculizan. Yendo no en busca de Ruth, sino de al menos una cara conocida. No me puedo creer que me haya dejado sola. Rodeada de toda esta maloliente gente que me da grima.
No la veo en ninguna parte, pero consigo llegar a la puerta de la entrada. Donde no hay nadie que me quite mi espacio vital. Atosigada, respiro durante un minuto y siento cómo mi móvil vibra dentro de mi bolsillo. Lo saco a duras penas, pensando en que es Ruth, que me busca. Pero estoy equivocada. Contesto a la llamada sin pensármelo dos veces.
Samantha- Por favor, sácame de aquí.

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