martes, 4 de junio de 2013

ANUNCIO.

Queridos lectores, sé que no me he dejado caer mucho por aquí a lo largo de estos meses, como todos vosotros, soy estudiante y mi obligación como tal, es aplicarme, por tanto me he visto agobiada con los exámenes y en mi tiempo libre me dedicaba a descansar, aunque algunas veces escribía un rato, pero tan poco que apenas llegaba a las dos líneas. Tengo una buena y una mala noticia, la buena creo que solo me beneficia a mí,y la mala nos perjudica a todos. El caso es que mi madre estuvo hablando con mi tutora a finales del segundo trimestre y mi profesora le dio el enlace a una página para concursos de relatos, novelas y cuentos. Como era normal, me llamó la atención, así que decidí echarle un vistazo a los distintos tipos de concursos. Me metí en la categoría de novela juvenil, y escogí uno el cual la fecha límite de entrega era el 10 de septiembre de este año, si lo escogí fue porque si conseguía ganar, mi historia sería editada, y por tanto, publicada. Es el sueño de cualquier escritor, y aunque parezca algo muy grande para mí, estoy dispuesta a trabajar todo lo que haga falta por crear una novela digna de ganar un concurso. Esta buena noticia me hace tener que abandonar temporalmente mis dos otras novelas. Es una lástima tanto para mí, como para vosotros, ya que me encantan mis dos historias, pero quiero reunir toda la concentración posible y dirigirla hacia este proyecto. Creo que moriría de la felicidad si ganase, tengo la historia hecha, o al menos la base, y espero conseguir expresarme bien. Siento no publicar en unos meses, pero no dejaré de escribir las novelas. Muchas gracias por seguir ahí incluso cuando estoy desaparecida, en serio. Deseadme suerte, y gracias de nuevo.

Besos.

martes, 2 de abril de 2013

10. BATALLA.


La soledad. Aquel enemiga en el cual ahora intento cobijarme. Toda la alegría que envolvía el momento en el que estaba con Liam, ha desaparecido por completo. El tiempo, a mi parecer,  ha pasado volando, y me causa mucha tristeza, porque ahora las horas, minutos, e incluso los segundos, se hacen pesados y eternos. La ligereza en la que transcurre un momento, como si se escapara de entre mis delgados y levemente temblorosos dedos, puede llegar a resultar asombrosa, pero cuando el tiempo se convierte en un mal amigo para ti, solamente deseas que llegue a su fin. Lo malo es que el tiempo nunca acaba, es constante, o al menos hasta cierto punto. Solamente necesito pensar en que hace nada, yo todavía era un cría de seis años relativamente feliz. Parece que fue ayer mismo, pero han transcurrido nada más y nada menos que doce años. No es un tema del cual debería preocuparme, o al menos por el momento. Todavía soy joven.
Llevo tres horas sentada en mi cama y apoyada en la pared, mirando fijamente el armario. Mi mirada pasa de este, hacia mi alfombra, y desde la alfombra, hasta mi corcho, y así sucesivamente. Me hallo inmersa en mis pensamientos, los cuales a veces me resultan hasta opacos. Me quedo tristemente embobada mirando la esquina de la pared, y cuando reacciono y soy consciente de lo que hago, me pregunto qué hacía mirando algo tan poco sustancioso como una esquina, y vuelvo a sumergirme en mis pensamientos. Quien me viera pensaría que estoy loca, pero como nadie puede tener en estos momentos ese privilegio, no me molesta lo más mínimo.

Cuando he entrado cautelosamente a la habitación tras despedirme de Liam, temía encontrarme a Danna con su mirada mezquina la cual consigue perforarme por completo, pero no se encontraba en la habitación, y todavía no ha vuelto. Espero que pase más tiempo fuera que dentro. No sé si será por costumbre o para evitarme, pero con tal de tenerla lejos, no me importan las razones o motivos. Cuando antes odiaba estar sola y me sentía desdichada por ello a todas horas, ahora lo busco. Supongo que me habré acostumbrado a aquella forma de vida, porque aunque ahora tenga amigas y un novio, de alguna manera me sigo sintiendo sola. De pronto suena mi teléfono móvil 'The Ghost Of You', una de mis canciones favorita, y reacciono rápidamente para estirar el brazo para agarrarlo desde la mesita de noche y miro la pantalla para ver de quién se trata.

Samantha- ¡Ruth!

Ruth- ¡Sam! Siento no haberte llamado antes, pero ayer estuve muy liada, porque nos hemos tenido que mudar. ¿Qué tal todo? ¿Estás ya en la residencia?

Samantha- No te preocupes, no pasa nada. Estoy bien, acabo de ver a Liam, así que no me puedo quejar. Sí, ya estoy aquí, en este lugar desconocido, seguro que te encantaría. ¿Y eso que os habéis tenido que mudar?

Ruth- El idiota de mi novio, que se ha encaprichado de un pequeño piso en el centro.

La conversación transcurre entre pequeños recientes acontecimientos y risas. Puede que con Ruth no tenga la misma afinidad que con Johanna, ya que ambas somos bastante cerradas y ella tiene mal genio, pero esto a la vez provoca que nos entendamos entre nosotras. Se podría decir que Johanna es la alegría de la casa, y nosotras permanecemos en segundo plano. La verdad es que no me molesta para nada, ya que me alegro de tener a una persona como Johanna en mi vida. Es a ella a quien le he contado y llorado todas mis penas. Ella es la que me soportó bajo mi permanente estado de depresión, la que consiguió animarme a pesar de todo. Le debo mucho, no tengo ni idea de qué sería de mí sin ella. En cambio, Ruth acude a mí incluso más que Johanna, y es algo extraño, ya que es ella la de los buenos consejos, pero es algo que me confesó hace un tiempo. Ruth ha sufrido mucho en su casa. El inesperado divorcio de sus padres cuando tenía solamente doce años, la muerte de su querida perrita Lizzie, que la acompañó durante toda su infancia, y sus problemas psicológicos. Cuando sus padres se separaron, estuvo viviendo una temporada con su madre, sin tan siquiera tener noticias de su padre. Su rendimiento escolar calló en picado, ya que su media era de notable alto y en ese mismo curso suspendió más de la mitad de las asignaturas. Se negaba a hablar con la gente, incluso se alejó de Johanna, la cual por aquel entonces ya era su mejor amiga. Del instituto iba a casa, y viceversa. Comenzó a evitar los horarios de comida, apenas tomaba una pieza de fruta, rechazaba cualquier plato que su madre preparase. Se excusaba con sospechosos dolores de barriga, y todo lo que comía, lo acababa vomitando. Su estómago generó tal rechazo que cuando intentó volver a la normalidad, no pudo. Comenzó a ir a escondidas a un psicólogo, con el cual pudo mejorar, pero no era suficiente. Unos años después, cuando las tres ya éramos amigas, me la encontré un día en el baño del instituto inclinada sobre el retrete, llorando como una magdalena. Me acerqué hasta ella preocupada por lo que fuese que le sucediera. Se negó a hablar, y cuando estuve a punto de rendirme, comenzó a contarme todo por lo que había pasado. Llevaba años con aquel problema, y estaba asustada. El psicólogo apenas conseguía ayudarla, y su madre casi nunca estaba en casa. Por alguna razón, nunca se lo contó a Johanna, y cuando me dijo que se quitó un enorme peso de encima al confesármelo, le pregunté que por qué nunca se lo había contado a Johanna. Me contestó que era porque sentía miedo, y que no quería dar pena. No supe cómo decirle que aquello era una estupidez, pero supongo que esa era su decisión, y debía respetarla. Y por supuesto, sigo haciéndolo aunque me duela.

Conseguí que Ruth accediera a ir a un hospital, a hablar con su madre, la cual tomó la decisión de mandarla con su padre, al cual su trabajo le permitía pasar más tiempo en casa, y a día de hoy, todo aquello es solamente un mal recuerdo. Me siento satisfecha de haber podido ayudarla a superar algo de ese nivel, y me animó poder servirle de ayuda. Ahora Ruth vive feliz, y me alegra pensar que en parte, es gracias a mí.

De repente, suenan unas llaves girando la cerradura de la puerta, en ese instante me pongo alerta, asomándome para a continuación ver cómo Danna avanza a pisotones hasta su cama, donde se tumba con brusquedad llevándose las manos al cuello. Todavía tengo a Ruth al móvil, que me pregunta cuál es la razón por la que no contesto a su pregunta de qué me parece la gente de Cambridge. Danna, con los ojos cerrados, estira el brazo hasta su mesita de noche y, a tientas, consigue alcanzar un pequeño mando que dirige hacia su mesa de escritorio, y comienza a sonar de nuevo aquella música metal atronadora que retumba en todo el cuarto. Mientras ella esboza una sonrisa, yo arrugo el gesto, desanimada por tener que pasar otra vez por el mismo cuento. Intento despedirme de Ruth, diciéndole que mañana la llamaré, pero resulta ser una tarea imposible, ya que ni tan si quiera puede oírme.

Ruth- ¿Qué? ¡Sam, no te oigo, baja la música!

Samantha- ¡Que mañana te llamo, te quiero!

Sin tan siquiera molestarme en saber si ha captado mi mensaje de despedida, corto la llamada y dejo el móvil a mi lado. Me cruzo de piernas sobre la cama, mirando fijamente al infantil y perforado rostro de Danna. Sé que tenía como plan utilizar mis poderes de invisibilidad, pero me parece que no van a ser lo suficientemente efectivos. Lo mejor será intentar mantener una madura conversación, quizás así sea consciente de que no vengo a amargarle la estancia en su nuevo cuarto.

Samantha- ¿Podemos hablar un minuto?

No tengo ni idea de si me ignora, o si simplemente ni me ha escuchado por culpa de el elevado volumen de la música. ¿Es que nadie en esta residencia puede escucharla? ¿De qué clase de material están hechas las paredes? Estoy segura que la gente que ande por la calle, mirará asustada en dirección hacia el edificio. Me pongo en pie con gesto decidido, y sin pensármelo ni tan siquiera una vez, agarro el pequeño mando del estéreo  y lo apago. Danna abre bruscamente los ojos y busca al culpable. Posa su mirada en la mía, y me sonríe pícaramente. Ese gesto me desquicia todavía más.

Samantha- He dicho que si podemos hablar.

Danna- ¡Claro, compañerita! ¿Ocurre algo?

Agarro la silla de mi escritorio y la arrastro hasta llevarla al lado de la mesita de noche, para estar a una altura igualada. Ella se incorpora y cruza las manos situándolas en su regazo, y me dirige una mirada expectante, como si estuviera esperando al chiste del día.

Samantha- Mira, no sé qué te ocurre conmigo, no te conozco, ni tú a mí, así que no entiendo este rechazo. Si quieres decirme algo, dímelo, puedo ser invisible, si quieres ni te dirijo la mirada, pero no quiero que estar dando clases sea mejor que estar en mi habitación. Y por cierto, creo que deberías bajar el volumen de la música.

Nos quedamos un rato en silencio, el cual me parece eterno. Permanecemos mirándonos, analizándonos mutuamente. Intento ver qué hay tras sus impactantes ojos azules, pero no encuentro nada. De pronto, curva la boca formando una sonrisa, la cual se convierte en una carcajada. No sé cómo reaccionar, así que me quedo en el sitio, esperando a recibir algún tipo de explicación. Continúa riéndose un rato más, cuando al final decide parar y contestarme. Para ello se pone en pie, justo en frente de mí y se inclina para tener los ojos a mi misma altura.

Danna- ¿Sabes? Hay algo que sí que quiero decirte.

Samantha- Adelante.

Danna- Ni se te ocurra decirme lo que tengo que hacer o dejar de hacer, ¿entendido? Yo hago lo que me sale del coño, y si tú quieres ser invisible, hazlo, ya lo eras.

Resulta que lo que era un mensaje de paz, se ha convertido en una señal de ataque. ¿Acaso trasmito malas vibraciones? No quiero problemas, y solamente encuentro más. Es imposible razonar con ella, me pone de los nervios, y cuando se vuelve a tumbar en la cama, y a encender la música, en sus labios consigo leer la palabra 'Patética'. En ese momento me gustaría poder encararme, decirle cuatro cosas bien dichas y darle una bofetada, pero no es mi estilo. Dejo la silla en su sitio y me tumbo en mi cama con el ordenador y los auriculares. Danna ha prendido una mecha que parecía permanecer yacente. Estoy harta de ser invisible, de no resultar rival para nadie, de que no me tomen en serio. No saben de lo que soy capaz, no lo saben.

Esto es la guerra.

domingo, 10 de marzo de 2013

9. DESEO.


A veces no soy ni siquiera consciente de lo que tengo entre mis manos, y no solamente eso, sino también del giro que ha dado mi vida a lo largo de este verano. ¿Cómo pueden cambiar tanto las cosas durante este corto período de tiempo? Supongo que debo considerarme afortunada, pero no estoy realmente segura de ello. A todo lo bueno, lo acompaña automáticamente lo malo. Me recuerda a un día en el que mi profesor de literatura del instituto, quiso inculcarnos un valor, y es una charla que me ha quedado marcada, y espero nunca olvidarme de ella: Mirad, de pequeño yo quería ser bombero y convertirme en un héroe, como cualquier crío de mi edad influenciado por los cómics, pero a medida que comencé a crecer, fui descubriendo mi pasión por la lectura, la poesía y todas las artes. También sentía atracción por la pintura, y podría ser profesor de plástica, pero el manejo de las palabras, era mi debilidad. El tema es que cuando les anuncié a mis padres mi vocación por la literatura y la filología, mi padre comenzó a decirme que ningún hijo suyo se dedicaría a semejante chorrada. Él quería que fuera abogado, como él, y estaba seguro de que seguiría sus pasos, pero entonces decidí parar aquel sueño, el cual era suyo, no mío. Aquella decisión conllevó un distanciamiento entre nosotros, pero mi madre siempre me apoyó en todo. Me pagué la matrícula de cada año trabajando en todo tipo de cosas. Desde limpiar baños de residencias sociales, hasta de becario en una empresa de mi tío. Al final, acabé la carrera, y estaba satisfecho, feliz por haber alcanzado mi meta en la vida. Pero no, ahí no acababa todo, menuda vida más triste y pobre sería la mía, ¿no creéis? Al poco tiempo de sacarme la carrera, me admitieron en un instituto muy lejos de Wolverhampton, donde comencé a impartir mis primeras clases. Fue duro, los alumnos no apreciaban mi trabajo por mucho más que intentara conectar con ellos. No se mostraban interesados, no les importaba suspender mi asignatura. Eso me hizo deprimirme muchísimo, así que decidí realizar cambios drásticos. Cuando entraban mis alumnos por la puerta, les obligaba a encestar los libros en la papelera, el que consiguiera meterla sin rozar el cubo, le pondría un positivo. Hice mis clases más entretenidas, y cada día intentaba que aprendiesen algo nuevo, algo curioso, pero a la vez educativo. Al final me gané a aquellos chicos, y desde entonces intento enseñar de esa misma manera. Sí, fue horrible durante mucho tiempo, también fue horrible a la hora de intentar sacarme la carrera, y compaginar el trabajo con los estudios. A veces sentía ganas de acabar de una vez con todo y arrastrarme hasta mi padre, pero no me rendí en ningún momento. Porque chicos, cada cosa tiene sus pros, y sus contras, no existe nada enteramente perfecto y bueno que no venga acompañado de ningún tipo de problema, pero cuando se trata de algo que quieres, que deseas, luchas por ello hasta el final. Ya no os digo de mi experiencia con mi sueño, os hablo de amor, amistad. En todos esos aspectos, debes hacerlo por tu propia cuenta, y jamás rendirte. Puede que tus amigos no sean perfectos, pero recuerda que tú tampoco lo eres. Puede que tus padres no acepten tu relación con esa persona, pero recuerda que es la única que te hace sonreír de esa manera. Siento soltaros este testamento, chicos, pero es algo que intento transmitiros. Si intentáis encontrar la perfección de una vida, un momento, una persona, jamás la encontraréis. Aprended a aceptar las dificultades que la vida os presente, no os rindáis, y luchad por vuestra propia felicidad,no aquella que esté idealizada por el resto.

Puede que hiciera referencia prioritariamente hacia nuestros sueños laborales, pero como también mencionaba que hay cosas buenas y malas en la vida,  no he podido evitar recordarlo instintivamente. Aquel profesor fue el mejor que tuve durante todo el instituto. En cuarto fue mi tutor, y siempre nos enseñaba cosas interesantes de las cuales, aunque quisieras, no te podías olvidar. Esa clase de profesores que demuestran su esfuerzo y su dedicación por hacer que una clase funcione, se merecen todo el respeto del mundo. El señor Hawen es, definitivamente, el mejor profesor que he tenido en mi vida.

Liam- ¿Te pasa algo? Apenas has pronunciado palabra.

Samantha- ¿Eh? Perdón, es que me he quedado pensativa.

Aferra su mano a la mía y le observo sonreír. Su semblante sereno y tranquilo me proporciona la seguridad que necesito. Soy una persona muy insegura, e influenciable, pero siempre intento ser fiel a un pensamiento razonable, y lo he conseguido a lo largo de mi vida, aunque de vez en cuando tenga mis dudas. La opinión de Liam siempre ha sido imprescindible para mí. Cada vez que debía tomar una decisión, acudía primero a Liam para que me aconsejara, ya que él conseguía convencerme de que no debía preocuparme, y hacía las situaciones más sencillas. Cuando pasaron dos duros años alejado de él, tuve que aprender a pensar bien cómo debía actuar, y si lo estaba haciendo bien. Fue duro, pero al final lo he conseguido y ya no necesito su ayuda en ese aspecto.

Es curioso, porque llevo prácticamente toda mi vida haciéndole ascos al amor, o al menos a aquel dicho término, porque amor verdadero, no suelo verlo actualmente. Desde bien pequeña, me repugnaban los chicos, pero supongo que eso era lo normal por aquella edad. Cuando comencé con los síntomas de la adolescencia, los cuales en mi caso, según mi madre, fueron prácticamente imperceptibles, empecé a fantasear con los chicos guapos de mi instituto. Había uno que me llamaba especialmente la atención. Se llamaba David, y tenía un año más que yo. Era el chico más guapo que había visto en mi vida. Alto, de cabello moreno y unos ojos azules que dan escalofríos. Cada vez que pasaba por su lado, aguantaba la respiración, ya que me ponía tan nerviosa que hacía ese gesto sin darme cuenta. David fue el único chico que me gustó antes de Liam, pero fue algo puramente físico, ya que David tiene de feo, lo mismo que de neuronas. Era un completo imbécil, me sorprendía que consiguiese sumar, y encima tenía la típica novia que parecía una Barbie. El caso es que ya no sé nada de su vida, dejó el instituto y supongo que fue a rascarle los bolsillos a su padre, ya que si dependiese de sus habilidades, únicamente me lo veo mendigando por las calles.

Supongo que sentía repugnancia hacia todas las parejas felices que me encontraba, por esa misma razón, por su felicidad. Por aquella que no tenía. Por aquel entonces Liam todavía no se había ido a Londres, y continuaba siendo mi mejor amigo, pero ya estaba completamente enamorada de él, y no tenía el suficiente valor para ser capaz de confesarle mis sentimientos.

Liam me confesó que no podía estar mucho tiempo conmigo, ya que esta misma tarde debía volver a Londres para prepararse e ir a una entrevista con los chicos. Quise evitarlo, pero mi boca se torció en un gesto de tristeza mostrándole mi completa desaprobación  No voy a poder pasar tiempo con él cuando comience el Tour, deberé limitarme a verle solamente por YouTube, entrevistas, y cuando pueda, por Skype, pero no quiero arrebatarle su tiempo de descanso de esa manera tan egoísta. No me imagino el esfuerzo físico que supondrá cantar técnicamente un álbum completo durante tantos días seguidos. Durmiendo en autobuses, o sin dormir, ya que deben levantarse temprano para ensayar. Llevarán una vida bajo continua presión, pero son famosos, es su deber. Le pregunté una vez que si le cansó hacer el Up All Night Tour, y me contestó rotundamente que no, que ama poder hacer felices a todas sus fans, y así poder ver mundo, y qué menos, que haciendo lo que te gusta, y con cinco de tus mejores amigos. Me pareció una opinión digna de respeto.

Liam- Llevamos paseando mucho rato, creo que hemos visto Cambridge al completo, ¿quieres que vayamos a comer?

Asiento con la cabeza, nada más formular la pregunta, me ha comenzado a rugir el estómago. Se me había pasado el tiempo volando, hemos estado hablando de todo un poco. Le preguntaba que qué tal con los chicos, ya que llevaba unas semanas sin verles, y me contestó que genial, que les echaba mucho de menos, y que ahora tocaba echarme de menos a mí. Él me preguntó qué tal me iba con la residencia, justamente el tema que estaba intentando evitar, pero al final lo he dejado en que no conozco a nadie y que no sé acostumbrarme a nuevos entornos. Intentó tranquilizarme diciendo que dentro de nada tendría montones de nuevos amigos con los cuales operar corazones. Le comenté que no realizaría prácticas con corazones humanos hasta dentro de unos años, y que me encantaría que estuviese presente. Sé que odia la sangre, así que solamente se limitó a revolverme el pelo y decir que era una mala persona.

De pronto vemos a un tipo extraño que se acerca a nosotros, lleva una gabardina y un sombrero del mismo color canela. Miro con detenimiento la cámara que lleva entre las manos. Rápidamente miro alrededor para ver si hay más como él, pero de repente Liam se interpone en mi campo de visión, impidiéndome ver qué sucede. Escucho cómo el misterioso hombre se dirige directamente a Liam, y para poder entender lo que dicen, me asomo por su hombro.

Liam- Gracias por pedir permiso, eso se respeta, pero creo que denegaré su petición. Me gustaría pasar un día tranquilo con mi novia, y no querría perder el tiempo peleándome con paparazzis, así que lo siento, pero otro día será. Gracias de nuevo por su educación.

El hombre de la gabardina agacha la cabeza sin pronunciar palabra y se da la vuelta para volver de donde ha salido. Liam se gira para mirarme, y observo en él un gesto de sorpresa. Me coge la mano, y como si supiera lo que le iba a preguntar, me contesta que los paparazzi no suelen ser tan respetuosos, y ni mucho menos, pedir permiso para sacar unas fotos. Y ha añadido después de un rato que era la primera vez que le sucedía, que era gracias a mí.

Samantha- ¿Gracias a mí?

Liam- Claro, porque te ven cara de buena gente, y les daría pena obligarte a hacer algo que no quieres.

Samantha- Genial, doy pena.

Me pega un suave puñetazo en el brazo por decir eso, pero automáticamente me pide perdón. No le gusta que me diga cosas malas a mí misma, pero esta vez ha sido él, o los periodistas, o quien sea. Ni siquiera me ha hecho daño, ha sido más una caricia, que un golpe, pero se ha preocupado. Me ofende que crea que soy una flor delicada, por eso le cojo de la muñeca derecha y me pego un puñetazo en el brazo con su mano. Comienzo a reírme como una loca ya que la escena me resulta un poco estúpida.

Liam- ¿Tú eres tonta?

Samantha- Un poco, creo que sí.

Me pasa un brazo por los hombros y caminamos así hasta una pizzería. Nos sentamos en una mesa pegada a la ventana y rápidamente se acerca un camarero con bigote, que nos ofrece los menús. Le doy las gracias y abro la carta para ver qué ofrece este lugar. Lo primero que veo es que sirven pizza de atún, mi preferida, por lo que ya no necesito mirar ninguna otra cosa, aunque antes de cerrar la carta, le echo una ojeada al menú de postres. Cuando el mismo camarero del bigote vuelve para preguntarnos qué vamos a tomar, Liam pide una pizza de Pepperoni y yo la mía con atún.

Terminamos de comer rápido, no sin antes tomarnos un postre compartido, que consistía en una pequeña Coulant de chocolate con una bola de helado de vainilla. Si llego a saber que era tan pequeña, me habría pedido una para mí sola. Liam me ha invitado a comer, ya que no tenía como plan salir a comer por ahí, solamente pensaba en pasar tiempo con él, por eso me sabe mal dejarle pagar mi parte. Soy muy sufridora en ese aspecto, me sienta mal deberle dinero a alguien, o que directamente una persona me pague algo, o que diga que me invita. Es una especie de lucha interna con la que intento convivir, pero siempre me duele dejar que la otra persona lo pague todo. Cuando me ha dicho que él invitaba, me he negado automáticamente, y como él ya se esperaba esa respuesta, ha llamado al camarero rápidamente.

Ahora caminamos de camino hasta la residencia. Cuando hemos salido de la pintoresca pizzería, nos hemos tumbado en el césped de un pequeño parque cerca de ésta. No había mucha gente, pero cuando llevábamos un rato observando las diversas formas de las nubes que surcaban el cielo, dos chicas de mi altura, pero que parecían menores que yo, se acercaron hasta nosotros. Evidentemente que habían reconocido a Liam, y por tanto lo que querían pedirle era una foto. Le dije que si querían que hiciera yo la foto, y las dos chicas asintieron enérgicamente. Cuando le devolví la cámara a la chica rubia del aparato, me pidió si podía hacerse una foto conmigo. Me negué rotundamente, le dije que si quería podía darle un abrazo, pero no una foto, ni un autógrafo, ya que yo no soy nadie. Soy Sam, próxima estudiante de medicina en la universidad de Cambridge. Cuando termine la carrera, dejaré que la gente me pida una foto, pero mientras que solamente sea por el título de novia de Liam Payne, me niego. La chica lo entendió, y aceptó mi abrazo, así que fui feliz por haberme respetado a mí misma. Yo no soy la famosa, el famoso es el chico del que estoy enamorada, nada más.

Cuando llegamos a las escaleras de mi residencia, le suelto la mano y me cuelgo en su cuello para darle un beso de despedida, cargado de dolor, ya que no quiero que vuelva a desaparecer de mi lado. Nos quedamos un rato abrazados, hasta que noto que hace amago de separarse de mí, y me descuelgo de su cuello, colocando las manos en su pecho, y a continuación soltarle.

Samantha- Supongo que esto es un final feliz.

Liam- No, estás muy equivocada. No es un final feliz, porque esto no es ningún final.

martes, 12 de febrero de 2013

8. MEDITANDO.


La sorpresa me pilla tan de sopetón que no calculo cómo reaccionar y, al instante, mis ojos comienzan a humedecerse haciendo que las lágrimas sobresalientes se precipiten contra el frío suelo del portal. Me siento feliz, alegre de que esté aquí, puede que no llevemos tanto tiempo alejados el uno del otro, pero han resultado ser como eternos años que no decidían acabar, hasta ahora. Las lágrimas continúan brotando de mis ojos con furia, desencadenando así una enorme tormenta de emociones. Tristeza por el hecho de que no puedo tenerle cada día a mi lado. Alegre porque le tengo justo a un par de metros de distancia. Preocupada por si los paparazzi estarán escondidos en algún lugar esperando a poder sacar alguna noticia interesante. Esta última parte, acaba pareciéndome insignificante, porque lo importante es que Liam esté aquí. Conmigo.
Me cubro la cara con las manos, para intentar evitar derramar más lágrimas, ya que parezco bastante estúpida. Un pequeño gemido emerge de manera inconsciente por mi garganta, como intentando desahogarse. De repente, me da un pequeño sobresalto al rodearme con sus brazos. No me había cerciorado de su tan cercana presencia. Estaba más ocupada en deshacerme de las lágrimas que de correr a recibirle. Escondo el rostro en su pecho y le paso las manos por la cintura impidiendo que pueda alejarse de mí, que pueda escapar. Por un momento me parecía todo irreal, que él no se encontraba aquí, que era producto de mi imaginación, pero ahora veo que hay veces en las que la realidad, es mejor que los sueños. Dejo un poco de espacio para inclinarme y darle un beso. Llevaba tanto tiempo ansiando ese momento, que no aguantaba más. Él me responde con otro beso, y así, hasta acabar sentados en las escaleras, yo sobre su regazo rodeando su cuello con mis frágiles brazos.
Samantha- Todavía no me creo que estés aquí.
Liam- Pues créetelo de una vez, porque estoy aquí. Recuerda que te dije que volveríamos a vernos antes de lo que esperabas.
Dice esa última frase con una mirada mística, como si llevara trabajando el plan desde hace meses y hubiera quedado satisfecho con el resultado. La verdad es que había olvidado sus palabras por completo, yo ya sentía la triste realidad de que tardaría meses en volver a verle, pero si lo paro a pensar, todavía no han comenzado con la promoción del nuevo álbum. Podemos vernos más de una vez. Esta conclusión me arranca una sonrisa, y henchida de felicidad, le propino un sonoro beso en la mejilla.
Nos quedamos durante un rato en un profundo silencio, en el cual nos conectamos y comunicamos con la mirada, como antaño. Me alegra pensar que nada ha cambiado en ningún momento, de que el hecho de que todo el mundo conozca ahora su nombre, no sea un impedimento para que él cambie su manera de ser. Aunque creo que sería imposible cambiar a una persona como Liam. Es demasiado tozudo, y su manera de pensar, es imposible de modificar. Me pregunto cómo sería un Liam afectado por la fama. Prepotente, egocéntrico e impertinente. Son adjetivos que no pegan ni con cola con el chico al que llevo conociendo desde los cuatro años. Solamente hay que mirarle directamente a sus preciosos ojos marrones para ver reflejados en ellos, la pacibilidad y bondad que encierra su alma. No comprendo cómo puede haber tanta gente que le odie. Nunca he sido partidaria de dirigir la respuesta hacia la envidia, ya que creo que es algo menos complejo que eso. Tengo la teoría de que se trata de odiar por odiar. Porque un grupo de gente comenzó a insultarles, y a partir de ahí, si no les insultas, no eres nadie. Bueno, en cierto modo, si es más complejo que eso.
Comienzo a recordar cómo el chico que se encuentra ahora justo enfrente de mí, rodeándome la cintura con los brazos, alteró mi verano en un aspecto tan grande. Llevaba dos años sin verle, dos años duros y largos. Incluso cuando venía a visitar a su familia y a pasar las fiestas, me limitaba a esconderme y refugiarme entre mis sábanas. Le pedía a mis padres que no se relacionaran con los de Liam durante ese periodo de tiempo, que esquivaran todos los saludos y miradas amables. Hubo un mes de diciembre, creo recordar que fue el primero de los dos, estaba tan alterada por todo lo que sucedió con las llamadas, que ni tan siquiera se dignó a contestar una, que no reaccioné y me quedé en blanco. Desaparecí, y me puse fatal, tanto que comenzó a subirme la fiebre. Cuando llamaron los padres de Liam a la puerta de mi casa para felicitar las fiestas, mi madre les dijo lo mal que me encontraba, así que les pidió que se marcharan. Desde entonces, no volví a saber de él. Hasta este verano.
Apareció fugaz, permisivo. Yo ya conocía la buena nueva, por lo que no me pilló por sorpresa, aunque si fue extraño volver a verle tan cambiado tras haber pasado tanto tiempo sin saber de él. Le había visto tanto en la televisión como en Internet, pero nada comparado con tenerlo justo delante de tus ojos. Todo era maravilloso, aunque estuve mucho tiempo enfadada con él porque no contactó conmigo en ningún momento, y ni tan siquiera cogió alguna de mis llamadas. Cuando supe que les aceptaron juntos en la casa de los jueces, quise poder haber estado allí para darle un abrazo, pero me tuve que limitar a cruzar los dedos para que cogiera el teléfono. Resultó en vano, pero seguí marcando su número hasta la saciedad. Cuando vi en la televisión que habían sido descalificados, sentí tanta pena y dolor por él, por ellos, que aún sabiendo que no me iba a contestar, le volví a llamar. Así transcurrieron dos años. Estaba harta de no recibir respuesta a ninguno de los miles de mensajes que le escribí, pero jamás me rendí.
Cuando volvió significó una dolorosa aunque buena noticia para mí, porque le echaba muchísimo de menos, y ya no recordaba cómo era mantener una conversación con él, pero tenía miedo de ser rechazada, y continuaba sintiéndome dolida por lo que me obligó a pasar. Al conocer sus verdaderos propósitos, me sentí una auténtica egoísta. Él también sufrió, y prefirió hacerlo él, antes que yo, aunque acabamos los dos por los suelos. El tiempo que pasé con él, es inolvidable. Curioso e irónico, ya que en un accidente de coche manejado por él, sufrí un accidente. Recuerdo que lo pasé fatal cuando sucedió, que me dolía todo y no me hallaba en mí misma. Luego descubrieron que sufría una leve amnesia que era sencilla de curar. Ahí comenzó a intervenir Liam.
La vida está llena de buenas y de malas historias. Tanto las buenas como las malas, pueden partir de horribles situaciones. Mi historia ha sido horrible, pero he comenzado a creer en los cuentos de hadas, ya que la vida me ha dado otra oportunidad para ser feliz. Sé que no debo desperdiciar el que se me haya presentado esta ocasión, por lo que pienso ser fuerte, más que nunca. Puede que el proyecto de ''La nueva Sam'', se fuera al garete y lo tirase, literalmente, a la chimenea, pero todavía aguardo algunos de esos valores que recopilé durante un tiempo.
Samantha- Te quiero.
Liam- Te quiero.
Samantha- ¿Por qué no dices 'Y yo también'?
Liam- Porque decir 'Y yo' no es decir 'Te quiero', y yo quiero decir que te quiero.
Su punto de vista me parece certero. Tiene razón, siempre es una persona la que dice 'Te quiero', y la otra persona simplemente contesta que también. No tiene el mismo valor que que los dos digamos lo que sentimos. Toda mi vida he visto falsos 'Te quieros' escritos por todas partes, promesas falsas, e infinitos acabados. Todas aquellas palabras no son de confianza, una persona que te conoce de una semana, es imposible que te quiera. Puede sentir algo, pero eso no es amor. Lo veo en las redes sociales, gente joven que tiene toda la vida por delante, declarando su amor y pasión mutuos en sus estados. Marcando la fecha, que casualmente suele ser el día anterior, y diciendo que estarán juntos para siempre. Me parece una de las mayores mentiras creadas por la humanidad. Yo tengo claro que no quiero a nadie más en el mundo, que no quiero conocer a otra persona, a otro chico, más que Liam, y sé que él opina lo mismo. Le conozco desde los cuatro años, he nacido prácticamente con él. Sé lo que quiero. Él es lo que quiero.

domingo, 20 de enero de 2013

7. SUERTE.


¿Será mi manera de ver el mundo extraña y completamente diferente? Es la cuestión que me surge al abrir los ojos de forma natural. Mi capacidad para levantarme temprano sin necesidad de un despertador, es toda una ventaja, pero a veces la virtud se convierte en defecto. Me gustaría haber dormido. Dormir hasta los restos, esperar con los ojos cerrados a que mi pesadilla acabe. Es irónico cuando lo que parece ser un sueño, no lo es, y se trata tristemente de la cruda y áspera realidad. Miro de reojo el despertador situado justo a mi derecha, en la pequeña mesita de noche de madera. La verdadera función de mi despertador, es marcar la hora, así que no comprendo por qué no me compro un simple reloj. Pero entonces recuerdo que es un regalo que me hizo mi tía Melissa hace muchos años.
Con exasperación, me atrevo a dirigir la mirada hacia el gran bulto envuelto en un edredón oscuro que se encuentra sobre la cama a mi derecha. Donde se supone que duerme mi compañera. Me incorporo sin hacer ningún tipo de ruido, y, descalza, camino de puntillas hasta el pequeño cuarto de baño para asearme un poco. El baño no es muy grande, pero tiene el espacio justo y necesario. Paredes enlosadas de un alegre color naranja, el suelo de un color negro moteado. Está compuesto por una pequeña ducha de plato, un retrete justo a la izquierda, y enfrente de este, el lavabo. Le doy las gracias al arquitecto que se le ocurrió la gran idea de colocar dos de ellos. Me gusta tener mis pertenencias ordenadas, y Danna me ha demostrado que no comparte esa misma devoción. Es más, me ha dado a entender que es partidaria del desorden y todo aquello que tenga relación con el campo anti-higiénico.
Me lavo la cara con abundante agua, deshaciéndome así de todas y cada una de las molestas legañas. No he dormido lo que se dice, maravillosamente, pero tampoco ha sido para tanto. En cuanto Danna tomó la decisión de dejar sus cigarrillos para otro momento, y echar una cabezada, el sueño se apoderó automáticamente de mí. Aún habiéndome levantado a las ocho de la mañana, que es bastante temprano para lo poco que he dormido, no me siento para nada cansada. Es más, me siento llena de vitalidad y energía.
En cuanto termino de asearme y recogerme el pelo en una coleta improvisada, me adentro de nuevo en la habitación compartida para a continuación dirigirme hacia el armario y coger algo de ropa. Por el camino, sin querer, mi dedo meñique del pie, entra en contacto con una de las patas de mi cama, provocando un grito ahogado, que emerge de mi garganta lentamente. Noto cómo mis ojos comienzan a humedecerse por el dolor. Mi torpeza me lleva a hacer esta clase de cosas, pero esta vez me ha dolido especialmente. Miro rápidamente hacia donde se encuentra Danna para ver si se ha percatado de mi viva presencia. Pero no. Duerme como un bebé. Mejor dicho, como una marmota. Muy profundo debe ser su sueño para no haber escuchado el grito que he intentado resistir. Me estaba preocupando de si las bisagras del armario harían algún tipo de ruido, pero veo que es un temor innecesario.
Abro las puertas del armario de par en par a la vez que observo algún tipo de reacción en el cuerpo aparentemente inerte e inmóvil de Danna. ¿Debería asustarme? Cuando me planteo esa misma pregunta, cambia de posición, todavía dormida. Como no se percibe muy bien el interior del armario, cojo mi móvil y con la luz que emite la pantalla, consigo sacar unos pantalones cortos claros, una camiseta de media manga de color crema y unas sandalias del mismo color.
Cojo mis llaves, me guardo el móvil en el bolsillo, y sin hacer ruido, salgo de la habitación. Ningún alma errante pulula por el pasillo. La mayoría deben estar durmiendo, y esto continuará siendo así hasta que comiencen las clases, que eso será el lunes de la semana que viene. Quedan cuatro días. La verdad es que estoy bastante nerviosa con lo que me depare esta carrera. Soy conocedora de que no es una rama ni fácil ni sencilla, pero si es lo que me guste, sé que podré soportarlo. Cuando terminamos el instituto, nos dieron largas charlas bastante pesadas y aburridas sobre lo que nos esperaría en la universidad. Nos alertaban de que solamente nos dedicaremos a comer, estudiar e ir a clase. No es eso lo que me prometieron las películas americanas.
Cuando llego a la sala común, me encuentro con la alegre noticia de que está totalmente vacía. Nadie ve la tele, ni lee libros ni está conectado a Internet. Y lo más importante, no hay para meterse conmigo e insultarme gratuitamente. Es una buena señal, por lo que, con una sonrisa dibujada en la cara, camino dando pequeños saltitos hasta llegar a las puertas del comedor, las cuales abro con cuidado, pero veo que debo de ejercer una pequeña fuerza para poder hacer que se muevan. Son un poco pesadas. Ayer estabas abiertas, por lo que dudo de si realmente estará ya abierto.
Cocinera- Vaya, vaya, tenemos aquí una madrugadora, ¿cómo te llamas?
Una amable y cordial señora de mediana edad pasa por mi lado cargando un carrito lleno de bandejas recién lavadas. Las coloca sobre una grande estantería a la derecha de la puerta principal, donde se encuentran todos los cubiertos, platos y vasos. La mujer de pequeña estatura me mira con unos ojos azules cansados pero entrañables. Mechones de su pelo rizado de un falso color anaranjado, intentan escapar del gorro reglamentario que debe llevar.
Samantha- Me llamo Sam, ¿y usted?
Cocinera- ¡Pero qué chica más educada! No hace falta que me trates de 'usted'. Yo me llamo Helen, encanto. ¿Qué quieres para desayunar?
La cocinera, de nombre Helen me agarra del brazo con total confianza para llevarme hasta el mostrador, donde, recién hecha se encuentra la comida preparada por ella, y su compañera Jane, una mujer un poco más joven que Helen con un corto cabello rubio y liso y unos ojos marrones muy claros, fue la que me atendió amablemente ayer por la noche. En el mostrador hay desde gofres hasta cereales. Me decanto por unas tortitas con chocolate, a las cuales no he podido evitar echar el ojo en el primer momento. Comento a Helen mi decisión y corre hacia el otro lado para servirme mi plato. Me añade una fresa. Al verla, agradezco su gesto y le pregunto si ha desayunado.
Helen- Oh, justamente acabo de acabar. Si hubieras venido media hora antes, me habrías pillado engullendo la mitad de los gofres, querida.
Tengo en cuenta sus palabras. Es una buena mujer, muy simpática, quizás algo parecido a una amiga. Puede parecer triste trabar amistad con la cocinera de la residencia, pero es el contacto más cálido que voy a recibir durante mi estancia aquí. Solamente es media hora antes, me pondré el despertador si es necesario y al menos podré pasar unos minutos tranquila con una persona que me trate de forma normal.
Mientras desayuno pienso en la pregunta que me he formulado mentalmente nada más despertar. ¿Seré la única con mis valores morales y pensamientos? Me parece poco ético criticar a una persona sin tan siquiera conocerla. Son unos hipócritas. No me ha dado tiempo ni de formar mi propia imagen, la cual poder mostrarles. La tenía bastante preparada desde hace unos meses. Quería ser más alegre y abierta, buscando nuevas amistades, ya que era mi única escapatoria para no sumirme en la soledad, pero todos aquellos planes han caído por la borda.
Tengo la teoría de que nací gafe. En mi vida pasada fui una mala persona, y ahora estoy pagando por ello. Es mi única conclusión. Las únicas buenas cosas en mi vida no me han venido por suerte, me las he forjado yo misma con sangre, sudor y lágrimas. Nunca he sido afortunada, y no me refiero al dinero, sino a otro tipo de cosas. Como toda aquella esa gente con la que he ido a clase, que sin estudiar, aprobaban el examen. Esas situaciones siempre me resultaron frustrantes, pero ahora en la universidad es algo que voy a ver poco, por no decir nunca.
Cuando vació mi plato, el cual parece recién sacado del lavavajillas, me acerco hasta donde se encuentra Helen, y me indica que deje la bandeja sobre el mostrador. Hago caso de sus instrucciones y en cuanto dejo descansar la vacía bandeja, salgo del comedor para sentarme a ver la televisión un rato en la sala común. Aprovecho ahora que no hay nadie que me pida que me vaya con un gruñido. ¿Y si hay un cabecilla que ordene a los demás odiarme? ¿Y si es una especie de conspiración? En mi pequeño momento de soledad, no debería pensar en este tipo de cosas. Solamente me dañan.
Cuando llevo unos veinte minutos viendo los dibujos animados, que es lo único que se puede sintonizar a estas tempranas horas, mi móvil comienza a vibrar en el bolsillo de mis vaqueros cortos. A duras penas consigo extraerlo de este, y cuando lo consigo, descuelgo el teléfono sin tan siquiera molestarme en mirar de quién se trata.
Liam- ¿Te he despertado?
Samantha- ¡Liam! Qué va, llevo cuarenta minutos despierta.
De repente por las escaleras se comienza a escuchar un ruido de pisadas. Percibo que un pequeño grupo desciende por ellas. Al instante aparecen dos chicas exactamente iguales. Ambas con una larga cabellera lisa y rubia de un color platino. Las dos son poseedoras de las mismas facciones puntiagudas, su expresión muestra un matiz de asquedad por todo lo que les rodea, no solamente por mí. Me dirigen una corta mirada, solamente para saber de quién se trata, y a la vez que eso sucede, veo cómo la de la camiseta roja, le susurra algo al oído de la que lleva una camiseta verde. Las gemelas desaparecen tras las puertas del comedor.
Liam- Me lo imaginaba. Oye, no te escucho muy bien.
Samantha- ¿No? Estoy en la sala común, voy a salir fuera, que aquí no hay mucha cobertura.
Miro de nuevo la pantalla del móvil para asegurarme de que es así, y efectivamente, una fina raya verde indica que es imposible que Liam me escuche. Emocionada por su repentina llamada, me pongo rápidamente en pie para salir cuanto antes de aquí y hablar de una vez por todas con una persona normal. Le pregunto si me escucha a cada paso que doy, y en todas sus respuestas me señala que regular. Pongo una mano en el pomo de la puerta y al hacer amago de abrir la puerta, toda la luz del Sol incide sobre mi vista, cegándome temporalmente hasta que consigo acostumbrarme. Hoy hace un muy buen día. Pero hay algo extraño. Me quedo mirando justo enfrente de mí, a unos metros de distancia hasta percatarme de quién se trata.
Samantha- ¿Qué haces tú aquí?

6. FUERZAS.


En el poco tiempo de mi estable relación con Liam, nunca se ha cometido esta clase de incidencias. Agresiones verbales han habido muchas, por no decir muchísimas, pero físicas, esta es la primera vez, y espero que también sea la última. ¿Llegar a tal extremo de fanatismo como para introducirse por terceros en una relación que no le incumbe? Es poco ético e inmaduro. Entiendo que no les guste que sus ídolos mantengan una relación amorosa, pero como el resto de la humanidad, tienen sentimientos.
He recibido incontables amenazas vía Twitter, deseándome la muerte, suplicándome que dejara a Liam y todo tipo de barbaridades dignas de estudio y conclusión. Pero por otro lado, aun siendo un pequeño grupo, unas cuantas personas salieron a defenderme, incluso sin conocerme me apoyaban por todo lo alto, pedían respeto, y aunque no lo anunciara, yo daba las gracias. Como no me suelo conectar mucho a Twitter, el ciber-acoso que seguramente reciba a diario, no me supone un completo problema, ya que consta de palabrería, y nunca pensé que tuvieran el valor de venir hasta mí y pronunciar todos aquellos deseos de muerte. Hasta ahora.
Se podría decir que hoy es un día movidito, repleto de acción y sorpresas. Ninguna buena. A veces me pregunto qué he hecho yo para merecerme este poco respeto. ¿He molestado al resto del mundo en una vida pasada? ¿He realizado algún acto mal visto por la sociedad y automáticamente he sido expulsada de ella? Si es así, pido a cualquier fuerza superior que me muestre una señal. Nunca he sido religiosa, pero necesito pensar que hay alguien que pueda sacarme de este agujero negro en el cual me hallo presa.
Ahora me encuentro tumbada sobre la cama todavía sin deshacer, contemplando la verde pared moteada. Mirarla me hace pensar en mi hogar, en mi habitación. Puede que no sea ni la habitación más grande, ni la que más cosas tenga, pero en ella hay algo especial que me define. Es mía, y es algo que nadie puede remediar. Donde me encuentro ahora, obligada a pasar un curso entero, se asemeja a una especie de cárcel, y tengo compañera de celda.
Danna todavía no ha llegado, y eso que son las nueve y media de la noche. Con el miedo en el cuerpo, y sin pensarlo dos veces, he abierto las puertas de la residencia para zambullirme en una masa de insultos que invadían mi cabeza, pero que realmente no sonaban en ninguna parte. Mi imaginación se había encargado de recrear el momento antes de salir a despejarme, traicioneramente. Nadie se molestó en dirigirme la mirada, ni siquiera en pasar por mi lado. En cuanto me veían venir por lo lejos, se hacían a un lado. A diferencia de lo que ellos puedan pensar, para mí es mejor solución que tener que aguantar la constante burla hacia mí. La soledad es una vieja amiga que lleva acompañándome a todos lados desde tiempos immemoriables.
Tras haber estado todo el día dando vueltas sin rumbo por esta nueva ciudad, el Sol ha ido a buscar cobijo, dando paso al oscuro manto del anochecer. Con las mismas, mi estómago comenzó a rugir, pidiendo nutrición, por lo que no dudé en hacer caso a sus órdenes. Con la feliz sensación de ignorancia que me rodeaba, me dirigí decidida al comedor, que ya estaba medio lleno. No había visto el comedor hasta ese momento. Es una amplia sala de paredes moradas y blancas y un suelo negro enlosado. Unas decenas de largas mesas irrumpen el interior de la habitación. A la derecha de la puerta, se encuentra el servicio de comida. Justo a la izquierda, se apilan las bandejas azules. Cogí una y me acerqué tranquilamente hasta el mostrador. Soy un poco quisquillosa con el tema de la comida, por lo que por un lado sufrí con la idea del comedor común. Ese miedo resultó en vano, puesto que descubrí que no estaba tan mal como creía.
De primer plato había una pequeña pechuga de pollo rebozada, con patatas fritas. También me pedí una ensalada sencilla, la cual me dieron a escoger el tipo. Rechacé automáticamente la que llevaba pequeños tacos de queso, puesto que lo odio. De postre me decanté por un plátano y sin más dilación, me dirigí a una mesa vacía, apartada del barullo de gente. Cené tranquilamente, por lo que ha sido una buena forma de acabar con el día. O al menos, comparada con el resto de él.
En cuanto terminé de cenar, sin dudarlo, me encaminé hasta mi habitación, rezando por que se encontrase vacía cuando llegara. Mis suplicas salieron victoriosas, puesto que en cuanto puse un pie en el suelo de madera y encendí la luz, lo percibí todo en el mismo estado que cuando entré antes a por mi chaqueta y algo de dinero. Si esto va a ser cada día así, creo que podré aguantarlo. La montaña de mochilas apiladas de una manera extraña, continuaban en su misma posición. ¿Qué se habrá traído esta mujer? ¿A su familia en maletas?
Tras veinte minutos en babia observando sin parar la pared, dirijo la mirada a mi ahora lleno corcho. La verdad es que me ha quedado genial, y lo tengo como un altar. En él he colgado todas las fotos que he podido, más una carta que me hicieron Johanna y Ruth un día que me hallaba en drepesión, y otra de Liam que me escribió poco después de comenzar a salir. En ella explica lo feliz que es, y todo lo que intentará hacer por mí.
"¿Cómo poder explicarte que me hiciste la persona más feliz del mundo hace una semana? ¿Eres consciente de lo mucho que he estado esperando este momento? Fue el miedo el que me impidió dar un paso, pero acabé enfrentándome a él, sin pensar en lo que podía perder, solamente en lo que podía ganar. Ese día me hiciste tan feliz, que me entraron ganas de gritar. Llevaba muchísimo tiempo preguntándome cómo sería saborear tus labios, y hace una semana, lo pude descubrir. Saber que tú también sentías lo mismo por mí, e incluso desde antes, ha llegado a parecerme cómico, puesto que hemos actuado como dos idiotas. Y aunque di a entender ese mensaje, durante tu pequeña enfermedad, nunca pensé en dejar de ayudarte. Jamás me llegué a plantear realmente el abandonar la idea de hacerte volver, y el haberlo conseguido, es uno de mis mayores logros. El que ahora pueda compartir mi vida contigo, significa muchísimo para mí. Puede que dentro de poco no podamos estar tan juntos como quisiéramos, pero debemos separarnos temporalmente. Tú con tus estudios, y yo con mi carrera musical. Pero te prometo que no implicará que lo nuestro se deteriore, ya que no he estado esperando todo este tiempo para perder ahora lo que más me importa en este mundo. No te preocupes jamás por lo que diga la gente. Louis y Eleanor, Zayn y Perrie, ellos viven lo mismo día a día, y anteponen su amor a todo. No seremos menos. Porque la gente no nos conoce, la gente no sabe sobre nosotros."
Las últimas frases son las que necesito escuchar ahora. He hecho bien en colgar estas dos cartas, puesto que me ayudarán a sobrellevar el día a día. Estoy segura que dentro de poco me sabré de memoria lo que narra cada una.
Miro el reloj de mi mesita de noche. Son las 22:09, es mejor que me vaya yendo a la cama. Lanzo una rauda mirada en dirección a la cama de Danna, la cual continúa vacía. ¿A qué hora piensa volver? Lo mejor es olvidarse de ella mientras sea posible. Todavía no sé si esta va a ser mi rutina diaria. Ahora que lo pienso, ¿qué estudiará Danna? Como no me ha dejado ni presentarme, lo de preguntarle por sus aficiones va a ser algo literalmente inalcanzable.
Me pongo en pie para sustituir mis viejos pantalones vaqueros y mi jersey blanco por mi bonito pijama de Tom. Me lo regaló mi abuela hace tiempo, y me hace gracia, porque tiene la forma del gato, y si me coloco la capucha que se puede añadir, mi pijama se convierte en disfraz. Cuando estaba preparando la maleta dudé en si meterlo o no, ya que es muy infantil y me arriesgo a las risas de mi compañera, pero la verdad es que ahora me da igual. Ya que se van a meter conmigo por cualquier cosa, que lo hagan con motivos.
Me meto en la cama tapándome con el cálido edredón de plumas y más rápido de lo normal, el sueño se cierne sobre mí, envolviéndome en un manto oscuro sin sueños.
De repente, suena un estrepitoso ruido que me hace abrir los ojos automáticamente. Miro la hora en mi despertador y veo que son las 04:28 de la mañana. ¿Quién hace esos ruidos a estas horas? No me molesto en levantarme, ya que en menos de medio minuto, aparece una atrofiada Danna cerrando la habitación de un portazo. En la oscuridad, la veo arrastrar los pies hasta la cama, la cual busca a tientas. Durante el proceso escucho unas cuantas risillas tontas, las cuales me indican que va borracha. Cuando parece que todo se ha calmado y ha decidido dormir, escucho cómo un pequeño chasquido irrumpe el silencio. Entonces aparece una pequeña llama, y oigo cómo Danna espira, echando el humo del tabaco.
Este es el principio del fin.

5. RELAJANTE.


He intentado permanecer todo el tiempo posible en las escaleras, pero tan pronto como he pensado en ello, he cambiado de idea. He pensado que era mejor dar una vuelta por la zona, para acostumbrarme a ella y conocer los alrededores. Con el corazón en un puño, he intentado ser lo más invisible posible para poder entrar en la residencia sin ser insultada o acosada. Afortunadamente, nadie se ha fijado en mí, y con mi buena racha, Danna no se encontraba en ese instante en el interior de la habitación. Como prefiero prevenir que curar, me he dado prisa en coger una chaqueta y algo de dinero para olvidarme por unas horas de lo que me espera. Y aquí me encuentro, caminando helada de frío por una desconocida y transitada calle de la zona universitaria de Cambridge.
Ando en busca de alguna tranquila cafetería donde poder refugiarme del frío, pero en diez minutos de paseo, todavía no me he encontrado con ninguna. Todavía no puedo quitarme la imagen de la cabeza que he presenciado anteriormente. Se me hace casi imposible que alguien sienta esa clase de odio hacia mí, hacia mi vida. Que alguien desee mi muerte por encima de cualquier cosa. Ni en mi infancia llegué a ese punto. Ahora es cuando echo de menos mi casa, echo de menos lo conocido, echo de menos a la gente que me quiere, simplemente echo de menos a alguien conocido. Estoy completamente sola, sin exagerar. No conozco a nadie en esta nueva ciudad, lo más parecido a un amigo es el decano Daivies, lo cual no me alegra demasiado, y menos ahora que es el causante de que deba compartir habitación con un monstruo.
Esa es otra situación que me indigna. Recordar las palabras del decano me llena de ira. ¿Está seguro de que nos llevaremos de maravilla? Ahora solo escucho cómo se regodea ante mi sufrimiento. Incluso los superiores desean que me vaya mal en todo. Solamente hay que escuchar sus miedos en el despacho, cuando me pedía que no destrozara la imagen de la famosa residencia. Yo no voy a destrozar a su residencia, es la residencia la que me va a destrozar a mí.
Tras dos minutos más de paseo, encuentro al final de la calle lo que aparenta ser una acogedora cafetería. Cuando alcanzo el punto donde se encuentra, no dudo ni por un segundo si entrar o no. Tengo las manos heladas, la chaqueta que he escogido no tiene bolsillos, y sus mangas no son lo suficientemente largas como para esconder mis frágiles manos en ellas. En cuanto pongo un pie sobre el suelo de madera, una ráfaga de aire cálido se cierne sobre mí, envolviéndome en esa masa a la cual no puedo evitar denominar 'felicidad', consigo sentarme en un cómodo sillón de cuero rojo, el cual tiene enfrente una pequeña mesa de madera.
Desde las vistas que me ofrece el cómodo sillón, puedo contemplar el resto de la cafetería, la cual no me he parado a contemplar al entrar. Las paredes son de rayas verticales con colores blancos y rojos. Los muebles son mayoritariamente de madera, y el espacio del recinto no es ni muy grande, ni muy pequeño. Es perfecto. Creo que este será mi pequeño lugar secreto. Cada vez que necesite alejarme del mundo, caminaré hasta aquí, que no está tan lejos como parece de la residencia, y descansaré de la realidad que me encierra.
Un joven camarero se acerca con una sonrisa hasta mí, lleva una pequeña carta entre las manos. Calculo que tendrá unos veinte años, seguramente vaya a la universidad. O quizás prefiere dedicarse a trabajar y llevar un sueldo a casa. Es un chico bajito, guapo, más bien normal, no tiene nada de especial, así que se podría decir que es uno del montón, como yo. Pelo corto oscuro y ojos marrones. Lo que realmente destaca es su amplia y blanca sonrisa, la cual es imposible pasar por alto.
Camarero- ¿Desea tomar algo?
Samantha- ¿Sirven chocolate caliente? Hace un día muy frío.
Camarero- Por supuesto, ahora mismo le traigo una taza. Nada mejor para un día tan inglés como este que un chocolate caliente.
Se retira no sin antes mostrarme de nuevo una amplia sonrisa, la cual, sorprendentemente no parece forzada. Disfruta con su trabajo, se le ve un chico bastante abierto, un relaciones públicas, como lo llamo yo. Me encantaría ser tan abierta como él, pero me resulta remotamente imposible. La confianza tardo en cogerla unos dos años. Parecerá un número muy grande respecto a tiempo, pero es la cruda realidad, lo tengo más que asumido. No hay casos excepcionales, con Liam también me costó.
Más rápido de lo que me esperaba, aparece de nuevo el mismo camarero, con la misma sonrisa irradiante de felicidad, pero esta vez, con una taza blanca de chocolate humeante entre las manos. Desde que le he visto aparecer de detrás del mostrador, he estado disfrutando del aroma a chocolate caliente. Me lo deja sobre la mesa, y veo que ha añadido un par de bombones en el plato. Levanto la mirada con una sonrisa. Estos pequeños detalles me alegran el día.
Aprovecho que estoy relajada para llamar a Johanna, a la cual echo muchísimo de menos. Ya no podré quedar todas esas noches en su casa para ver películas de miedo que realmente no veía, ni para gastarle bromas a su hermano pequeño. Todas esas noches en las que me quedaba a dormir, pero que realmente hacíamos de todo, menos dormir. También extraño las borderías de Ruth, pero lo que realmente extraño, es su espontaneidad. Esa locura que ambas comparten, pero que yo no encierro dentro de mí. Nunca he sido una persona que hace las cosas sin pensarlas. Todo lo que hago, es meditado anteriormente. Odio cometer estúpidos errores por no haberlo pensado antes, hago todos esos procesos por experiencia, es lo mejor que puedo hacer.
Johanna- ¡Sammy!
Samantha- ¡Johanna! No sabes lo muchísimo que te echo de menos, ¿qué tal en Oxford? ¿Has ido ya al comedor de Hogwarts? No hace falta ni que me lo digas, sé que es lo primero que has hecho al llegar.
Johanna es una grandísima fan de los libros y películas de Harry Potter. Recuerdo que para la última entrega me hizo ir con ella. No hay nada de extraño en eso, el único problema fue que me hizo disfrazarme de Ron. Ella se disfrazó de Harry, y como Ruth se negó rotundamente a hacer de Hermione, nos salió un poco mal la estrategia. Yo también soy muy fan de Harry Potter, pero lo que realmente me gustan son los libros. De esos si que me considero la fan número uno, pero de las películas no tanto. Me suele pasar, toda película hecha a partir de un libro, siempre me va a decepcionar. Lo tengo asumido.
Johanna- ¿Tan predecible soy? ¡Es increíble! Es la experiencia más fascinante de mi vida. ¿Y qué tal tú?
Samantha- Aquí, más sola que la una, pero era de esperar. ¿Tienes habitaciones compartidas al final?
Johanna- Sí, al principio pensé que sería un palo, pero luego conocí a mi compañera y descubrí que es una chica super maja que va a mi facultad. Se llama Lauren.
No sé si alegrarme de que haya encontrado una amiga, o entristecerme de que yo no haya podido conseguir el mismo resultado. Sonará egoísta, pero realmente me lo planteo. Mientras que a mí me expulsan completamente de su entorno, ella va haciendo amigos por doquier. Pensé que comenzando en un lugar nuevo, todo iría mejor. Qué equivocada estaba.
El resto de la conversación consiste en una explicación de lo fascinantes que son las tiendas de allí, que no puede aguantar más sin comprar algo. Me lo creo, Johanna no puede ir a un nuevo sitio sin llevarse media mercancía. Es un peligro para la tarjeta de crédito de sus padres, por lo que le han puesto un límite. Debe de estar pasándolo fatal.
Johanna- Bueno Sam, me voy con Lauren a por unas cosas para el cuarto, ¡esta noche te conectas a Twitter y hablamos!
Samantha- De acuerdo. Hasta luego, ¡te quiero!
Colgamos el teléfono a la vez y me lo guardo en el bolsillo de la chaqueta. Me acerco hasta el mostrador, donde el camarero que me ha atendido se encuentra ordenando la caja. Le pido la cuenta y me indica que son tres libras. Las dejo sobre el pequeño plato que me ofrece y me despido de él con un gesto de la mano.
Salgo sonriente del local, y cuando hago ademán de girar la esquina, me topo con un grupo de cuatro chicas de unos catorce años, con gesto enfurecido. Tengo la impresión de que han estado esperando todo el rato hasta que yo cruzara por allí, puesto que ni siquiera se han asombrado de verme, ya venían con el ceño fruncido. Inconscientemente doy un paso atrás, asustada.
X- ¡Liam es nuestro!
Grita una de las cuatro niñas, la más pequeña se acerca hasta a mí para darme una patada en la espinilla. Me duele tanto que no puedo evitar doblarme en dos. Cuando levanto la cabeza para observar a mis agresoras, contemplo que han desaparecido, han huido. Me estremezco al notar el dolor punzante de la zona afectada.
¿Es esto lo que me espera?