domingo, 20 de enero de 2013

5. RELAJANTE.


He intentado permanecer todo el tiempo posible en las escaleras, pero tan pronto como he pensado en ello, he cambiado de idea. He pensado que era mejor dar una vuelta por la zona, para acostumbrarme a ella y conocer los alrededores. Con el corazón en un puño, he intentado ser lo más invisible posible para poder entrar en la residencia sin ser insultada o acosada. Afortunadamente, nadie se ha fijado en mí, y con mi buena racha, Danna no se encontraba en ese instante en el interior de la habitación. Como prefiero prevenir que curar, me he dado prisa en coger una chaqueta y algo de dinero para olvidarme por unas horas de lo que me espera. Y aquí me encuentro, caminando helada de frío por una desconocida y transitada calle de la zona universitaria de Cambridge.
Ando en busca de alguna tranquila cafetería donde poder refugiarme del frío, pero en diez minutos de paseo, todavía no me he encontrado con ninguna. Todavía no puedo quitarme la imagen de la cabeza que he presenciado anteriormente. Se me hace casi imposible que alguien sienta esa clase de odio hacia mí, hacia mi vida. Que alguien desee mi muerte por encima de cualquier cosa. Ni en mi infancia llegué a ese punto. Ahora es cuando echo de menos mi casa, echo de menos lo conocido, echo de menos a la gente que me quiere, simplemente echo de menos a alguien conocido. Estoy completamente sola, sin exagerar. No conozco a nadie en esta nueva ciudad, lo más parecido a un amigo es el decano Daivies, lo cual no me alegra demasiado, y menos ahora que es el causante de que deba compartir habitación con un monstruo.
Esa es otra situación que me indigna. Recordar las palabras del decano me llena de ira. ¿Está seguro de que nos llevaremos de maravilla? Ahora solo escucho cómo se regodea ante mi sufrimiento. Incluso los superiores desean que me vaya mal en todo. Solamente hay que escuchar sus miedos en el despacho, cuando me pedía que no destrozara la imagen de la famosa residencia. Yo no voy a destrozar a su residencia, es la residencia la que me va a destrozar a mí.
Tras dos minutos más de paseo, encuentro al final de la calle lo que aparenta ser una acogedora cafetería. Cuando alcanzo el punto donde se encuentra, no dudo ni por un segundo si entrar o no. Tengo las manos heladas, la chaqueta que he escogido no tiene bolsillos, y sus mangas no son lo suficientemente largas como para esconder mis frágiles manos en ellas. En cuanto pongo un pie sobre el suelo de madera, una ráfaga de aire cálido se cierne sobre mí, envolviéndome en esa masa a la cual no puedo evitar denominar 'felicidad', consigo sentarme en un cómodo sillón de cuero rojo, el cual tiene enfrente una pequeña mesa de madera.
Desde las vistas que me ofrece el cómodo sillón, puedo contemplar el resto de la cafetería, la cual no me he parado a contemplar al entrar. Las paredes son de rayas verticales con colores blancos y rojos. Los muebles son mayoritariamente de madera, y el espacio del recinto no es ni muy grande, ni muy pequeño. Es perfecto. Creo que este será mi pequeño lugar secreto. Cada vez que necesite alejarme del mundo, caminaré hasta aquí, que no está tan lejos como parece de la residencia, y descansaré de la realidad que me encierra.
Un joven camarero se acerca con una sonrisa hasta mí, lleva una pequeña carta entre las manos. Calculo que tendrá unos veinte años, seguramente vaya a la universidad. O quizás prefiere dedicarse a trabajar y llevar un sueldo a casa. Es un chico bajito, guapo, más bien normal, no tiene nada de especial, así que se podría decir que es uno del montón, como yo. Pelo corto oscuro y ojos marrones. Lo que realmente destaca es su amplia y blanca sonrisa, la cual es imposible pasar por alto.
Camarero- ¿Desea tomar algo?
Samantha- ¿Sirven chocolate caliente? Hace un día muy frío.
Camarero- Por supuesto, ahora mismo le traigo una taza. Nada mejor para un día tan inglés como este que un chocolate caliente.
Se retira no sin antes mostrarme de nuevo una amplia sonrisa, la cual, sorprendentemente no parece forzada. Disfruta con su trabajo, se le ve un chico bastante abierto, un relaciones públicas, como lo llamo yo. Me encantaría ser tan abierta como él, pero me resulta remotamente imposible. La confianza tardo en cogerla unos dos años. Parecerá un número muy grande respecto a tiempo, pero es la cruda realidad, lo tengo más que asumido. No hay casos excepcionales, con Liam también me costó.
Más rápido de lo que me esperaba, aparece de nuevo el mismo camarero, con la misma sonrisa irradiante de felicidad, pero esta vez, con una taza blanca de chocolate humeante entre las manos. Desde que le he visto aparecer de detrás del mostrador, he estado disfrutando del aroma a chocolate caliente. Me lo deja sobre la mesa, y veo que ha añadido un par de bombones en el plato. Levanto la mirada con una sonrisa. Estos pequeños detalles me alegran el día.
Aprovecho que estoy relajada para llamar a Johanna, a la cual echo muchísimo de menos. Ya no podré quedar todas esas noches en su casa para ver películas de miedo que realmente no veía, ni para gastarle bromas a su hermano pequeño. Todas esas noches en las que me quedaba a dormir, pero que realmente hacíamos de todo, menos dormir. También extraño las borderías de Ruth, pero lo que realmente extraño, es su espontaneidad. Esa locura que ambas comparten, pero que yo no encierro dentro de mí. Nunca he sido una persona que hace las cosas sin pensarlas. Todo lo que hago, es meditado anteriormente. Odio cometer estúpidos errores por no haberlo pensado antes, hago todos esos procesos por experiencia, es lo mejor que puedo hacer.
Johanna- ¡Sammy!
Samantha- ¡Johanna! No sabes lo muchísimo que te echo de menos, ¿qué tal en Oxford? ¿Has ido ya al comedor de Hogwarts? No hace falta ni que me lo digas, sé que es lo primero que has hecho al llegar.
Johanna es una grandísima fan de los libros y películas de Harry Potter. Recuerdo que para la última entrega me hizo ir con ella. No hay nada de extraño en eso, el único problema fue que me hizo disfrazarme de Ron. Ella se disfrazó de Harry, y como Ruth se negó rotundamente a hacer de Hermione, nos salió un poco mal la estrategia. Yo también soy muy fan de Harry Potter, pero lo que realmente me gustan son los libros. De esos si que me considero la fan número uno, pero de las películas no tanto. Me suele pasar, toda película hecha a partir de un libro, siempre me va a decepcionar. Lo tengo asumido.
Johanna- ¿Tan predecible soy? ¡Es increíble! Es la experiencia más fascinante de mi vida. ¿Y qué tal tú?
Samantha- Aquí, más sola que la una, pero era de esperar. ¿Tienes habitaciones compartidas al final?
Johanna- Sí, al principio pensé que sería un palo, pero luego conocí a mi compañera y descubrí que es una chica super maja que va a mi facultad. Se llama Lauren.
No sé si alegrarme de que haya encontrado una amiga, o entristecerme de que yo no haya podido conseguir el mismo resultado. Sonará egoísta, pero realmente me lo planteo. Mientras que a mí me expulsan completamente de su entorno, ella va haciendo amigos por doquier. Pensé que comenzando en un lugar nuevo, todo iría mejor. Qué equivocada estaba.
El resto de la conversación consiste en una explicación de lo fascinantes que son las tiendas de allí, que no puede aguantar más sin comprar algo. Me lo creo, Johanna no puede ir a un nuevo sitio sin llevarse media mercancía. Es un peligro para la tarjeta de crédito de sus padres, por lo que le han puesto un límite. Debe de estar pasándolo fatal.
Johanna- Bueno Sam, me voy con Lauren a por unas cosas para el cuarto, ¡esta noche te conectas a Twitter y hablamos!
Samantha- De acuerdo. Hasta luego, ¡te quiero!
Colgamos el teléfono a la vez y me lo guardo en el bolsillo de la chaqueta. Me acerco hasta el mostrador, donde el camarero que me ha atendido se encuentra ordenando la caja. Le pido la cuenta y me indica que son tres libras. Las dejo sobre el pequeño plato que me ofrece y me despido de él con un gesto de la mano.
Salgo sonriente del local, y cuando hago ademán de girar la esquina, me topo con un grupo de cuatro chicas de unos catorce años, con gesto enfurecido. Tengo la impresión de que han estado esperando todo el rato hasta que yo cruzara por allí, puesto que ni siquiera se han asombrado de verme, ya venían con el ceño fruncido. Inconscientemente doy un paso atrás, asustada.
X- ¡Liam es nuestro!
Grita una de las cuatro niñas, la más pequeña se acerca hasta a mí para darme una patada en la espinilla. Me duele tanto que no puedo evitar doblarme en dos. Cuando levanto la cabeza para observar a mis agresoras, contemplo que han desaparecido, han huido. Me estremezco al notar el dolor punzante de la zona afectada.
¿Es esto lo que me espera?

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