sábado, 5 de enero de 2013

66. IRREAL.


Me encuentro en un verde prado, lleno de flores. Es un bonito día soleado y camino por la hierba recién cortada. Una suave brisa recubre todo el espacio físico natural en el que me encuentro. Contemplo con los ojos entrecerrados el manto azul que forma el horizonte. No se divisa más allá de un bosque que rodea el extenso prado. Respiro hondo, intentando encerrar toda esta fragancia que me envuelve. Comienzo a escuchar un ruido proveniente de mi izquierda. Especulo sobre lo que se puede tratar, pero no necesito esperar mucho para ver cómo un esbelto caballo de crines blancas cabalga hacia mí. Es especialmente grande. Cuando llega trotando hasta donde me encuentro, siento la necesidad de montarlo, por lo que me agarro a su lomo con todas mis fuerzas, y con una fuerza inexistente en mí, consigo posarme encima del corcel. En mi vida he cabalgado, pero es como si lo llevara en las venas. Sé dónde tengo que colocar los pies, cómo mantener el tronco, y cómo hacerlo andar. En menos de veinte segundos, corre alegre por el campo, el caballo reímos. Él más bien, relincha. Siento una absoluta apacibilidad, tranquilidad y parsimonia. De pronto, no sé ni cómo ni por qué, caigo de mi bonito caballo blanco.
Samantha- ¡Ah!
Ya conozco el por qué. Estando dormida, he caído al suelo, de culo. Me duele el coxis, el cual froto intentando calmar el pinchazo. Intento, a duras penas, ponerme en pie y después de unos cuantos intentos fallidos, lo consigo. Me continúo frotando con la mano, pero es inútil. Me giro, con rostro dolorido para ver la hora. Son las once de la mañana. Vaya. ¿Cómo un sueño tan corto puede durar tantas horas? Siempre me lo he preguntado. Los sueños parecen más cortos de lo que realmente son. Es desconcertante.
Camino arrastrando los pies hasta el baño. Me lavo la cara, todavía con los ojos cerrados y me peino. Hoy no tengo el pelo tan enredado como el resto de los días. No me quedaré calva intentando dejarlo como siempre. Vuelvo a mi habitación ya más despierta y consciente del mundo que me rodea y abro las puertas de mi pequeño armario de par en par. De él saco un pantalón negro corto y una camiseta de manga corta marrón con la cara de Jerry. Cada vez que veo esa camiseta no puedo evitar recordar aquellos bonitos tiempos en los que veía aquellos dibujos animados. El ratón siempre fue el mejor para mí, por lo que no dudé en comprarme la camiseta en cuanto la vi. Me pongo unza zapatilla bajas marrones y salgo por la puerta para bajar a desayunar. En cuanto bajo las escaleras, me adentro en la cocina, donde me encuentro a mi padre sorbiendo su café.
Paul- Buenos días, cariño. Hoy te has despertado tarde.
Samantha- Creo que podría haber dormido más si no me hubiera caído de la cama.
Mi padre se ríe ante mi comentario, no sé si se lo ha tomado como una broma, o porque simplemente le hace gracia que su única hija se caiga de la cama. Sale de la cocina con su café en mano y escucho cómo enciende la televisión. Decido prepararme un bol de cereales con leche, el cual me tomo en la mesa del comedor. Miro sin ver nada la televisión del comedor. Es decir, estoy mirando la pantalla, pero no le presto atención. En menos de cinco minutos me termino mi posal de cereales y subo para lavarme los dientes.
Qué raro, no he recibido señales de Liam. Ni ayer, ni hoy. Le daré una sorpresa e iré yo a su casa para mostrar entusiasmo y que no se le vuelva a pasar por la cabeza esa estúpida idea de dejar el juego. Me despido de mi padre con un beso en la mejilla, avisándole de que volveré sobre la hora de comer, y salgo por la puerta de la entrada para encaminarme hacia la puerta de Liam. ¿Todavía no han vuelto sus padres? Menudas vacaciones. Toco el timbre y en menos de diez segundos me recibe con una de sus resplandecientes sonrisas.
Liam- Iba a ir en seguida, no me ha sonado el despertador y me he quedado dormido.
Con que se pone el despertador para poder quedar conmigo y ayudarme. Nunca lo había pensado. Creí que le salía espontáneamente, como a mí. Pero es que lo mío no es normal. Toda la gente de mi edad y de menos se despierta a las doce del mediodía, como poco.
Desaparece tras la puerta y yo me asomo para ver el interior de la casa y le busco con la mirada. Está agachado enfrente de la mesa del café revolviendo entre objetos los cuales no consigo identificar. Alza la mano con unas llaves en ella y se pone en pie para salir de la casa. Le dejo espacio para que pueda cerrar tranquilamente y se pone enfrente de mí. ¿Qué son esas llaves? No parecen las de su casa.
Liam- Ayer por la tarde me trajeron el coche del taller. Ya está arreglado. Adivina de qué vamos a hablar hoy.
Samantha- El accidente.
La forma fría en la que lo he pronunciado me asusta hasta a mí. Liam asiente y me conduce hasta el garaje del cual se abren las puertas para dar paso a dos coches. El que Liam ha estado usando hasta ahora, y su coche negro. Le quita el seguro y me indica que me siente. Sinceramente, me da miedo volver a subirme a este coche. Todavía tengo la fuerte luz grabada en mi memoria, toda aquella mala experiencia jamás será olvidada por mí. La naturalidad con la que se pone de copiloto me resulta alarmante. ¿No se da cuenta de que me resulta duro? Con cuidado abro la puerta del copiloto y me siento en el sillón. Me toco los muslos con nerviosismo. Siento claustrofobia, me pongo el cinturón al instante.
Liam- Sam, mírame. No va a pasar nada, ¿de acuerdo? Confía en mí.
Asiento con la cabeza, pero sin atreverme a mirarle. No sé si puedo cumplir lo que me pide. No puedo mirar a esos ojos lo cuales su intención es calmarme, pero lo que me van a hacer es llorar. Debo ser fuerte y conocer la historia entera, porque solo recuerdo el momento en el que acabó todo. Reúno toda la fuerza de voluntad que reside en mí y le miro. Me coge de la mano para acariciarme y mi respiración comienza a regularse.
Arranca el coche. Nos ponemos en movimiento y conseguimos salir del garaje. Intento mantener la menor conversación posible, aunque después de quince minutos de paseo, ya no me tengo que agarrar al cinturón. Relajo las manos y por fin me siento más segura. Quizás su intención era quitarme el miedo, y lo está consiguiendo. Cinco minutos después, para el coche enfrente de un parque lleno de niños que corretean y juegan en los columpios y toboganes. Qué buena edad. Aquella en la que puedas hacer de todo, sin que te digan nada. Lo que daría por volver a ella. Apaga el coche y ambos bajamos de él. Nos acercamos a un banco en el cual nos sentamos.
Liam- ¿Mejor? Quería ayudarte a superar el miedo cuanto antes. Veamos, todo sucedió en el mismo día que los buenos días con las piedrecitas en tu jardín trasero. Esa noche decidimos salir a pasarlo bien, y fuimos en coche hasta el centro de la ciudad. Cuando bajamos de él, un grupo de chicas me identificó como Liam Payne, y tuvimos que correr. Nos escondimos en un callejón donde conseguimos esquivarlas. Después fuimos a una pizzería y compramos unas pizzas para llevar, ya que vimos que no fue buena idea lo de ir a un sitio tan público. Cogimos el coche y nos comimos las pizzas en este mismo banco. Seguimos hablando hasta que se hizo tarde y volvimos a casa. Tú decidiste no ponerte el cinturón por una broma que había hecho antes de salir. Paré en medio de la carretera para decirte algo. Fue mala idea. Todo fue por mi culpa.
Con que aquella es la historia. Paró en medio de la carretera y yo iba sin cinturón por una mísera broma. No fue culpa suya, yo participé, si me hubiera puesto el cinturón no estaría padeciendo ahora mismo esta odiosa amnesia.
Samantha- ¡No te eches las culpas! Por cierto, ¿qué me quisiste decir?
Liam- Que te pusieras el cinturón.

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