martes, 2 de abril de 2013

10. BATALLA.


La soledad. Aquel enemiga en el cual ahora intento cobijarme. Toda la alegría que envolvía el momento en el que estaba con Liam, ha desaparecido por completo. El tiempo, a mi parecer,  ha pasado volando, y me causa mucha tristeza, porque ahora las horas, minutos, e incluso los segundos, se hacen pesados y eternos. La ligereza en la que transcurre un momento, como si se escapara de entre mis delgados y levemente temblorosos dedos, puede llegar a resultar asombrosa, pero cuando el tiempo se convierte en un mal amigo para ti, solamente deseas que llegue a su fin. Lo malo es que el tiempo nunca acaba, es constante, o al menos hasta cierto punto. Solamente necesito pensar en que hace nada, yo todavía era un cría de seis años relativamente feliz. Parece que fue ayer mismo, pero han transcurrido nada más y nada menos que doce años. No es un tema del cual debería preocuparme, o al menos por el momento. Todavía soy joven.
Llevo tres horas sentada en mi cama y apoyada en la pared, mirando fijamente el armario. Mi mirada pasa de este, hacia mi alfombra, y desde la alfombra, hasta mi corcho, y así sucesivamente. Me hallo inmersa en mis pensamientos, los cuales a veces me resultan hasta opacos. Me quedo tristemente embobada mirando la esquina de la pared, y cuando reacciono y soy consciente de lo que hago, me pregunto qué hacía mirando algo tan poco sustancioso como una esquina, y vuelvo a sumergirme en mis pensamientos. Quien me viera pensaría que estoy loca, pero como nadie puede tener en estos momentos ese privilegio, no me molesta lo más mínimo.

Cuando he entrado cautelosamente a la habitación tras despedirme de Liam, temía encontrarme a Danna con su mirada mezquina la cual consigue perforarme por completo, pero no se encontraba en la habitación, y todavía no ha vuelto. Espero que pase más tiempo fuera que dentro. No sé si será por costumbre o para evitarme, pero con tal de tenerla lejos, no me importan las razones o motivos. Cuando antes odiaba estar sola y me sentía desdichada por ello a todas horas, ahora lo busco. Supongo que me habré acostumbrado a aquella forma de vida, porque aunque ahora tenga amigas y un novio, de alguna manera me sigo sintiendo sola. De pronto suena mi teléfono móvil 'The Ghost Of You', una de mis canciones favorita, y reacciono rápidamente para estirar el brazo para agarrarlo desde la mesita de noche y miro la pantalla para ver de quién se trata.

Samantha- ¡Ruth!

Ruth- ¡Sam! Siento no haberte llamado antes, pero ayer estuve muy liada, porque nos hemos tenido que mudar. ¿Qué tal todo? ¿Estás ya en la residencia?

Samantha- No te preocupes, no pasa nada. Estoy bien, acabo de ver a Liam, así que no me puedo quejar. Sí, ya estoy aquí, en este lugar desconocido, seguro que te encantaría. ¿Y eso que os habéis tenido que mudar?

Ruth- El idiota de mi novio, que se ha encaprichado de un pequeño piso en el centro.

La conversación transcurre entre pequeños recientes acontecimientos y risas. Puede que con Ruth no tenga la misma afinidad que con Johanna, ya que ambas somos bastante cerradas y ella tiene mal genio, pero esto a la vez provoca que nos entendamos entre nosotras. Se podría decir que Johanna es la alegría de la casa, y nosotras permanecemos en segundo plano. La verdad es que no me molesta para nada, ya que me alegro de tener a una persona como Johanna en mi vida. Es a ella a quien le he contado y llorado todas mis penas. Ella es la que me soportó bajo mi permanente estado de depresión, la que consiguió animarme a pesar de todo. Le debo mucho, no tengo ni idea de qué sería de mí sin ella. En cambio, Ruth acude a mí incluso más que Johanna, y es algo extraño, ya que es ella la de los buenos consejos, pero es algo que me confesó hace un tiempo. Ruth ha sufrido mucho en su casa. El inesperado divorcio de sus padres cuando tenía solamente doce años, la muerte de su querida perrita Lizzie, que la acompañó durante toda su infancia, y sus problemas psicológicos. Cuando sus padres se separaron, estuvo viviendo una temporada con su madre, sin tan siquiera tener noticias de su padre. Su rendimiento escolar calló en picado, ya que su media era de notable alto y en ese mismo curso suspendió más de la mitad de las asignaturas. Se negaba a hablar con la gente, incluso se alejó de Johanna, la cual por aquel entonces ya era su mejor amiga. Del instituto iba a casa, y viceversa. Comenzó a evitar los horarios de comida, apenas tomaba una pieza de fruta, rechazaba cualquier plato que su madre preparase. Se excusaba con sospechosos dolores de barriga, y todo lo que comía, lo acababa vomitando. Su estómago generó tal rechazo que cuando intentó volver a la normalidad, no pudo. Comenzó a ir a escondidas a un psicólogo, con el cual pudo mejorar, pero no era suficiente. Unos años después, cuando las tres ya éramos amigas, me la encontré un día en el baño del instituto inclinada sobre el retrete, llorando como una magdalena. Me acerqué hasta ella preocupada por lo que fuese que le sucediera. Se negó a hablar, y cuando estuve a punto de rendirme, comenzó a contarme todo por lo que había pasado. Llevaba años con aquel problema, y estaba asustada. El psicólogo apenas conseguía ayudarla, y su madre casi nunca estaba en casa. Por alguna razón, nunca se lo contó a Johanna, y cuando me dijo que se quitó un enorme peso de encima al confesármelo, le pregunté que por qué nunca se lo había contado a Johanna. Me contestó que era porque sentía miedo, y que no quería dar pena. No supe cómo decirle que aquello era una estupidez, pero supongo que esa era su decisión, y debía respetarla. Y por supuesto, sigo haciéndolo aunque me duela.

Conseguí que Ruth accediera a ir a un hospital, a hablar con su madre, la cual tomó la decisión de mandarla con su padre, al cual su trabajo le permitía pasar más tiempo en casa, y a día de hoy, todo aquello es solamente un mal recuerdo. Me siento satisfecha de haber podido ayudarla a superar algo de ese nivel, y me animó poder servirle de ayuda. Ahora Ruth vive feliz, y me alegra pensar que en parte, es gracias a mí.

De repente, suenan unas llaves girando la cerradura de la puerta, en ese instante me pongo alerta, asomándome para a continuación ver cómo Danna avanza a pisotones hasta su cama, donde se tumba con brusquedad llevándose las manos al cuello. Todavía tengo a Ruth al móvil, que me pregunta cuál es la razón por la que no contesto a su pregunta de qué me parece la gente de Cambridge. Danna, con los ojos cerrados, estira el brazo hasta su mesita de noche y, a tientas, consigue alcanzar un pequeño mando que dirige hacia su mesa de escritorio, y comienza a sonar de nuevo aquella música metal atronadora que retumba en todo el cuarto. Mientras ella esboza una sonrisa, yo arrugo el gesto, desanimada por tener que pasar otra vez por el mismo cuento. Intento despedirme de Ruth, diciéndole que mañana la llamaré, pero resulta ser una tarea imposible, ya que ni tan si quiera puede oírme.

Ruth- ¿Qué? ¡Sam, no te oigo, baja la música!

Samantha- ¡Que mañana te llamo, te quiero!

Sin tan siquiera molestarme en saber si ha captado mi mensaje de despedida, corto la llamada y dejo el móvil a mi lado. Me cruzo de piernas sobre la cama, mirando fijamente al infantil y perforado rostro de Danna. Sé que tenía como plan utilizar mis poderes de invisibilidad, pero me parece que no van a ser lo suficientemente efectivos. Lo mejor será intentar mantener una madura conversación, quizás así sea consciente de que no vengo a amargarle la estancia en su nuevo cuarto.

Samantha- ¿Podemos hablar un minuto?

No tengo ni idea de si me ignora, o si simplemente ni me ha escuchado por culpa de el elevado volumen de la música. ¿Es que nadie en esta residencia puede escucharla? ¿De qué clase de material están hechas las paredes? Estoy segura que la gente que ande por la calle, mirará asustada en dirección hacia el edificio. Me pongo en pie con gesto decidido, y sin pensármelo ni tan siquiera una vez, agarro el pequeño mando del estéreo  y lo apago. Danna abre bruscamente los ojos y busca al culpable. Posa su mirada en la mía, y me sonríe pícaramente. Ese gesto me desquicia todavía más.

Samantha- He dicho que si podemos hablar.

Danna- ¡Claro, compañerita! ¿Ocurre algo?

Agarro la silla de mi escritorio y la arrastro hasta llevarla al lado de la mesita de noche, para estar a una altura igualada. Ella se incorpora y cruza las manos situándolas en su regazo, y me dirige una mirada expectante, como si estuviera esperando al chiste del día.

Samantha- Mira, no sé qué te ocurre conmigo, no te conozco, ni tú a mí, así que no entiendo este rechazo. Si quieres decirme algo, dímelo, puedo ser invisible, si quieres ni te dirijo la mirada, pero no quiero que estar dando clases sea mejor que estar en mi habitación. Y por cierto, creo que deberías bajar el volumen de la música.

Nos quedamos un rato en silencio, el cual me parece eterno. Permanecemos mirándonos, analizándonos mutuamente. Intento ver qué hay tras sus impactantes ojos azules, pero no encuentro nada. De pronto, curva la boca formando una sonrisa, la cual se convierte en una carcajada. No sé cómo reaccionar, así que me quedo en el sitio, esperando a recibir algún tipo de explicación. Continúa riéndose un rato más, cuando al final decide parar y contestarme. Para ello se pone en pie, justo en frente de mí y se inclina para tener los ojos a mi misma altura.

Danna- ¿Sabes? Hay algo que sí que quiero decirte.

Samantha- Adelante.

Danna- Ni se te ocurra decirme lo que tengo que hacer o dejar de hacer, ¿entendido? Yo hago lo que me sale del coño, y si tú quieres ser invisible, hazlo, ya lo eras.

Resulta que lo que era un mensaje de paz, se ha convertido en una señal de ataque. ¿Acaso trasmito malas vibraciones? No quiero problemas, y solamente encuentro más. Es imposible razonar con ella, me pone de los nervios, y cuando se vuelve a tumbar en la cama, y a encender la música, en sus labios consigo leer la palabra 'Patética'. En ese momento me gustaría poder encararme, decirle cuatro cosas bien dichas y darle una bofetada, pero no es mi estilo. Dejo la silla en su sitio y me tumbo en mi cama con el ordenador y los auriculares. Danna ha prendido una mecha que parecía permanecer yacente. Estoy harta de ser invisible, de no resultar rival para nadie, de que no me tomen en serio. No saben de lo que soy capaz, no lo saben.

Esto es la guerra.

3 comentarios:

  1. Escribes MUY bien enseriooo:) jeejeje el capitulo perfecto como todos;) me cae mal esa tal dana tss..!!XD siguienteee guapaaa<3

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  2. Hola cielo! :) En serio, me encanta la novela y la forma en que escribes*-*, sigue así, vas a llegar muy lejos:3. Bueno, el caso es llevo, desde que publicaste este capítulo, mirando tu blog todos los días para ver si había algo nuevo, pero... Nada. Nunca había nada;( bueno pues quería preguntarte si estas bien o si te ha pasado algo por lo que no puedas escribir):, si es así, solo quería decirte que aquí nos tienes a nosotras, tus lectoras para desahogarte cuando quieras, y que espero que estés bien y que puedas continuar esta novela, que es, como dicen ahora: asdfghjklñ*-* Jajaja bueno, pues eso, que aunque no te conozca me has llegado al corazón con tu novela y que aquí me tienes para lo que necesites ¿si?
    Besos, xx.

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    1. Muchas gracias, en serio, se me olvidó subir el motivo por el cual no escribo, así que ahora lo explicaré mejor en una nueva publicación, siento haceros esperar tanto, pero tengo un buen motivo. <333

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